Ilustración por: Ximena Sánchez
Texto por: Mercedes Migoya @mercedesmigoya
El pasado 16 de abril, Turquía celebró un referéndum que cambiará la manera en la que se gobierna el país, dando más poder al presidente, cargo que actualmente ocupa Recep Tayyip Erdogan. De los 55 millones de electores turcos, 48 millones acudieron a las urnas para decidir si estaban a favor o en contra de 18 enmiendas a la Constitución, que entrarán en vigor en 2019.
El voto a favor ganó por una ligera ventaja con 51.34% de los votos, mientras que el ‘no’ obtuvo 48.66%. La cerrada victoria del ‘sí’ fue disputada por el Partido Republicano del Pueblo y el Partido Democrático de los Pueblos, principales opositores al gobierno de Erdogan.
Asimismo, observadores de la Unión Europea reportaron que el referéndum no había sido democrático ni justo para quienes se oponían al referéndum. El presidente quería que ganara el sí e hizo campaña hasta el último día para convencer a los electores. En cambio, los opositores tuvieron que dejar de hacer campaña una semana antes del voto, de acuerdo con lo establecido por las leyes turcas.
Los referéndums constitucionales han sido recurrentes en la historia moderna de Turquía, pero el del pasado abril es el que hará los cambios más fuertes hasta ahora. El voto fue propuesto por Erdogan para formalizar algunos poderes que ha tomado en los últimos años. El puesto de primer ministro desaparecerá y el presidente podrá liderar su partido político, disolver al parlamento, elegir jueces, anunciar estados de emergencia y establecer leyes por decreto, entre otras funciones. Todo esto sin tener que consultar a los poderes legislativo y judicial. Los cambios también permiten que Erdogan se postule para seguir en la presidencia durante los siguientes dos periodos, dándole la posibilidad de gobernar hasta 2029.
Erdogan no es ningún extraño para el pueblo turco, ha estado en las altas esferas del poder desde hace más de una década. En 2001, fundó el Partido de Justicia y Desarrollo o AKP y un año después, ganó el puesto de Primer Ministro. Durante su gestión, el crecimiento económico del país alcanzó el 5%, el ejército estaba bajo mayor control civil, le dio más derechos a los kurdos y empezó a negociar la posible entrada de Turquía a la Unión Europea. Sus logros le ayudaron a ganar la presidencia del país en 2014.
Desde entonces, Erdogan se ha radicalizado. Las políticas seculares y la imagen de la Turquía “europea” se han ido borrando. Más de 800 personas del Ministerio de Religión han llegado al Ministerio de Educación para presionar por la creación de más escuelas religiosas. El presidente ha declarado estar a favor de grupos que occidente considera terroristas como Hamás y la Hermandad Musulmana. Asimismo, ha criminalizado el adulterio y ha impuesto zonas libres de alcohol. El gobierno tiene más control sobre la prensa y la oposición política encuentra cada vez más trabas para seguir adelante.
El año pasado, tras un golpe de Estado fallido, el presidente decretó un estado de emergencia con el que pudo hacer varias reformas al ejército, una de las instituciones más importantes del país. Desde que Mustafá Kemal Ataturk creó la República de Turquía en 1923, el ejército había sido el encargado de mantener la república secular. Con los nuevos cambios a la Constitución, Turquía estará cada vez más lejos de ser la república democrática que soñó su fundador y más cerca de tener un gobierno autoritario.