A finales de diciembre, varios medios occidentales reportaron que en la provincia de Xinjiang, en el noroeste, China estaba creando campos de trabajo en los que producía ropa de marcas estadounidenses. Según el Gobierno de Xi Jinping, los campos le ofrecen a los prisioneros capacitación y empleo, así como una salida de la pobreza, pero para otros países, este sistema no es más que una forma de justificar la creación de campos de trabajos forzados.
Para entender la situación hay que remontarnos a 1933. Ese año, la región de Xinjiang, una provincia que tiene cinco veces el tamaño de Alemania, se independizó, pero su libertad duró poco, ya que en 1945 volvió a ser parte de China. El tema con Xinjiang es que tiene alrededor de 10 millones de musulmanes, más que ninguna otra parte del país, y desde entonces, Beijing los ha perseguido con el objetivo de que abandonen su religión y se integren al estilo de vida que impulsa el Partido Comunista.
Aunque el problema de China con Xinjiang es conocido desde hace décadas, el tema volvió a la agenda internacional en abril del año pasado, cuando unas imágenes satelitales demostraron que en algunas zonas de la provincia, donde en 2014 no había más que desierto, se habían construido algunas estructuras. Con los meses, salió a la luz que estos lugares son campos de reeducación a donde el Estado está mandando a grupos de personas, principalmente musulmanes turcos, a aprender los valores del Partido Comunista.
De acuerdo con un reporte de Human Rights Watch, el Gobierno está deteniendo arbitrariamente a ciertas personas por su religión para después llevarlas a estos lugares donde tienen que hacer todo tipo de cosas, desde cantar canciones que alaban al presidente, a China, a su filosofía y a algunos de los Padres de la República Popular, hasta recibir castigos por no hacer caso. Algunos de los detenidos no pueden comunicarse con el exterior, rezar o hablar en sus propias lenguas.
La situación se ha agravado en los últimos meses, pues al parecer, los campos de reeducación se han convertido en campos de trabajo en los que la gente tiene que realizar distintas labores por sueldos mínimos. Además, en los últimos cuatro años, China ha detenido a más personas y ha aumentado la seguridad en Xinjiang instalando cámaras con inteligencia artificial y permitiendo que algunos policías vivan en las casas de ciertas familias.
Esta situación ha hecho que miles de musulmanes de Xinjiang huyan a otros países y que otros tantos pierdan con- tacto con sus familias pues, una vez que salen, China complica mucho su regreso. Además, los que se quedan dentro tienen prohibido hablar con sus familiares en el exterior.
La situación es preocupante, pero Beijing defiende todas sus acciones argumentando que los campos son un lugar de oportunidades. A finales de diciembre, poco después de que se supiera del trabajo forzoso, China inició una campaña por televisión, en la que varias personas de los campos hablan de los beneficios que han recibido desde que entraron ahí. Mientras tanto, Estados Unidos, la ONU y otros gobiernos han tratado de presionar para que se cierren estos espacios. De momento, no han logrado nada.
A principios de enero, Pekín comenzó a trabajar en un plan quinquenal para “hacer más chino el islam”, aunque de momento no se han dado a conocer los detalles. Lo que se sabe es que es un proyecto de ley que ya fue presentado a distintas asociaciones islámicas locales y que supuestamente se empezará a aplicar este mismo año.
FUENTES
https://www.nytimes.com/es/2018/12/18/campos-trabajo-musulmanes-china/
Texto por Mercedes Migoya
@mercedesmigoya
Ilustración por @camdelafu