Texto por Gris Arveláez
Cuando a principios de los años cincuenta del siglo pasado, el joven Andrew Warhol se marchó a New York, se ingenió una estrategia curiosa para darse a conocer: solía ir con ramos de rosas y regalarlas a las secretarias de las revistas y pintar a mano carpetas con motivos florales y mariposas para obsequiarlas a los directivos de arte. Esta manera de promocionarse como ilustrador y artista y -a la vez de hacer relaciones públicas- dan cuenta del genio social, creativo y encantador que yacía en la mente del mundialmente conocido apenas años después como Andy Warhol.
Delgado -aunque ocasionalmente él no lo creyó así- y sofisticado, destacaba por poseer un rostro llamativo, sobre todo en su juventud. Su tez era blanca. Tenía una nariz alargada de punta respingada, abultada y algo prominente, labios curvos, carnosos, afinados en sus comisuras y bien delineados, pómulos tan profundos como sus ojos, que eran más bien pequeños (aquellos que luego cubriría con llamativas gafas). Las pelucas que posteriormente usaría le dieron el plus de identidad que faltaba para completar el afiche de figura paradigmática: tan blancas que casi brillaban, de pelos alborotados, la clave era que no pasaran desapercibidas sino que más bien destacaran por su artificialidad.
A este personaje poco común lo rodeó una paradoja: creó lo que él consideró Arte Común (lo que conocemos como Pop Art), un arte cuyo tema era lo cotidiano producido para la masas, capaz de extraer el factor estético a formas que, para quienes vivían ese momento, constituían el día a día: pintaba latas de sopas, personajes famosos, motivos florales o se retrataba. Sin embargo, no todo en su vida artística se hilaba por el glamour y la fama. Este norteamericano, hijo de inmigrantes eslovacos, también se interesó por narrar tragedias y noticias de accidentes automovilísticos que veía en los periódicos. Y esta es una perspectiva interesante, menos reiterativa de lo que se ha dicho antes, propuesta en la exposición Andy Warhol. Estrella oscura del Museo Jumex, en la Ciudad de México. Al respecto, su curador Douglas Fogle explica que ese momento de trabajo basado en las tragedias se da de manera paralela a cuando estaba realizando las famosas serigrafías de Marilyn Monroe, lo cual no es casual al ser ella un famoso ícono cultural, pero cuya historia final y personal fue marcada por el suicidio o sobredosis.
En México, esta experiencia visual ha hecho que muchos retomemos la furia Warhol. En mi caso, me llama la atención tocar una arista que se desprende del lenguaje queer presente en parte de su estética. Aunque él, políticamente hablando, no fue activista por los derechos LGBT, sus trabajos cinematográficos y visuales, así como sus relaciones personales, permiten ser leídos desde estas otras caras, alternativas a lo que ha contado la historia más tradicional. Por ejemplo, cuando vemos una obra tardía como Torso (Double), que hiciera cerca de 1982, podemos vislumbrar a un artista interesado en explorar las bellezas del cuerpo masculino. Empleando la riqueza del color producto de la técnica serigráfica, así como la fragmentación de la composición mediante superposición de cuadros, entabló una lectura homoerótica cuya sensibilidad vino marcada por la sinuosidad del dibujo y la intensidad de los colores que empleó (rojos, lilas y negros), planos por completo. Estamos frente a una pieza que, aunque no esquiva el componente sexual del cuerpo, está más interesada en acentuar la perfección del movimiento y la belleza de la musculatura masculina.
Su biografía encierra datos que transitan el mundo de la publicidad en Glamour, Vogue y The New Yorker, a la experimentación conceptual y underground que se vivió en The Factory, pasando por la implantación del lenguaje del Arte Pop en las esculturas en serie de las cajas Brillo y las pinturas de las botellas de Coca Cola. Anécdotas familiares, libros de memorias que dejó como herencia e, incluso, fascinantes gráficas sobre zapatos y gatos. Un atentado fallido que le perpetrara la feminista radical Valerie Solanas. En suma, fue una carrera amplia y una vida fascinante pero, sobre todo, un cambio estético en el mundo del arte.
A pesar que retomar a Andy Warhol implica volcar la mirada a al menos 30 años atrás, este personaje es tan presente como su arte porque todo él sigue creando un núcleo de fascinación. Un hombre poco común y uno de los artistas más paradigmáticos del siglo XX, de la talla de Marcel Duchamp, quienes lograron enlazar el arte y la vida, o sea de esos que con sus propuestas estéticas lograron virajes drásticos y provocadores para la cultura visual de la época.