Apasionado autor, fotógrafo y coleccionista, Bruno Newman se inició en el mundo del coleccionismo, según recuerda, a los 13 años. Fundador de Zimat Consultores, se dedicó toda la vida a comunicar. Actualmente, su atención se encuentra totalmente puesta en su colección personal de objetos y en las exposiciones en el mayor de sus proyectos: el Museo del Objeto del Objeto, el MODO.
Newman fue el primer latinoamericano en recibir el reconocimiento de la International Association of Business Communicators y el primer presidente de la Asociación Mexicana de Comunicación Organizacional. A continuación, nos cuenta un poco sobre su trayectoria y sobre las historias que se esconden detrás de los objetos de su colección.
Cuéntanos un poco sobre tu trayectoria.
Estudié comunicación, me he dedicado a ello toda la vida, a diferencia de muchos de los amigos que estudiaron conmigo.
Estuve en el sector público para probar, no me gustó. Estuve en una empresa trasnacional grande, donde aprendí muchas cosas; también en el sector servicios, en la Cámara Americana de Comercio y después de tener toda esta experiencia, entendí que nadie sabía lo que se puede hacer en materia de comunicación.
Decidí, a los 36 años, abrir mi negocio. La idea era crear un grupo de empresas en el campo de la comunicación, no existía nada parecido y entonces me asocié con el director y dueño de Design Center, que era, y desde mi punto de vista sigue siendo, la empresa líder de diseño.
Con esa base de clientes y con la idea de crear alrededor de eso una empresa, echamos a andar Zimat. Empezamos solo tres personas, y cuando la vendí, hace 3 años, ya éramos alrededor de 150. Se convirtió en una empresa líder en el campo de la comunicación, entendiendo esto como el diseño e implementación de estrategias de comunicación para una institución, para una persona o para un gobierno.
Fue muy divertido y muy exitoso, ahí estuve muchos años. Hace poco, decidí que ya había dedicado media vida a eso y quería hacer otras cosas, actividades que tienen que ver con servicio a la comunidad y ahí estoy ahora haciendo cosas que me gustan, igual que me gustaba aquello.
En todos los lugares en los que he estado, lo que encuentro es una necesidad de comunicar mejor, en el museo, en el proyecto que estoy trabajando desde hace un año y medio, que se llama México Libre de Corrupción, en IBBY México, una A.C. que fomenta la lectura en México. El proyecto abarca niños, maestros, viejos, ciegos, sordos, autistas y también estamos trabajando con comunidades indígenas. En todas esas distintas causas, actividades y proyectos, la comunicación es clave.
Ahora estamos haciendo una nueva división de IBBY, que se llamará ComunicAcción para dar talleres de comunicación, porque en México nadie estudia comunicación como una herramienta para vivir mejor en la vida.
No quiero decir que estas personas vayan a ser comunicólogos, solo que tendrán las competencias necesarias para comunicarse. La gastronomía, la mercadotecnia, la fotografía, pasan por la lectura y la comunicación. Si eres lector, vas a ser mejor mercadólogo, fotógrafo, etc.
¿Cómo empezaste a coleccionar?
Me voy a remontar a Freud, luego a mi mamá y eso te explicará todo. Freud dice –y yo me ataco de risa– que cuando eres bebé y vas al baño, si tu mamá te regaña por “el cochinero”, por dejar el pañal sucio, porque huele feo y todo eso, desde ese momento, el niño comienza a retener. Y ese es el origen de los coleccionistas.
Retienes objetos, retienes obras de arte, retienes libros, retienes cosas en la vida. Esa es la explicación Freudiana, por eso he pensado que mi mamá seguramente me regañaba mucho. (Risas).
Tiene que ver un poco con tus gustos. Yo tuve una figura materna fuerte y tuve una relación muy padre con mi mamá. Era una señora a la que no habían dejado estudiar una carrera porque no se usaba en ese tiempo, entonces la única carrera que pudo estudiar fue la de Contador Privado, que es lo mismo que asistente ejecutiva, pero con algo de números. Ella quería estudiar como su papá, Leyes, y pues no: “Las muchachas decentes no van a la universidad, eso es para varones”.
Entonces ella se lo propuso y consiguió ser autodidacta. Sabía mucho de música clásica y popular; sabía mucho de literatura, de pintura, de arte, y tenía un gusto especial por los objetos y las cosas. De ahí lo aprendí. De hecho, a los cuatro hermanos nos gustan las antigüedades, aunque ninguno está tan enfermo como yo; creo que a mí me regañó más mi mamá que a mis hermanos. (Risas).
Un día que fui a la Lagunilla, recién casado, tenía 25 años y ya tenía una hija –me casé de 23, eso habla muy mal de mí, pero así se usaba; ahora son más inteligentes–. (Risas). Ese día compré tres objetos: un perfume, un talco y unos jabones de la marca Pompei, hechos en París en 1906 y los puse en mi sala, los tres objetos en conjuntito, todos con el mismo diseño; me pareció que estaban bonitos. Entonces empezó a llegar gente a mi casa y me decían “Oye, qué padre están estas cosas. ¿Qué son?” Pues son unos perfumes que compré en la Lagunilla por $15. Yo pensé que a mí me gustaban, pero no que le llamarían tanto la atención a los demás.
La siguiente vez que fui a la Lagunilla, compré alguna otra cosita. Compraba cosas que tenían que ver con mi carrera, que siempre me gustó. Empecé a comprar tipografía, tipos antiguos de madera, pequeñas prensitas, anuncios, objetos promocionales, empaques –tengo más de 30,000–. Pero un día vi un aparato de televisión, que fue el primero en llegar a México, y lo compré. A partir de ahí, me fui expandiendo.
Un día vi que había un lote de vidrio de Puebla. “La fábrica se quemó y esto es lo poco que pudimos rescatar”, me contaron. Yo lo quise todo. Empecé a comprar cosas por insólitas. Muchas me llamaban la atención porque tienen un sentido del humor involuntario, otras que casi se habían acabado, otras raras.
Me cambié a una casa más grande y puse un cuartito con vigas viejas y no sé qué, muy “artista” yo (risas), y empecé a exhibir ahí los objetos que coleccionaba. De repente ya no cabían y puse vitrinas en la oficina, luego ya no cupieron ahí tampoco y acabé con cajas y cajas. Luego renté un departamento aquí en la Roma, ya tenía cajas y cajas de cosas. Y un día, María Alós una chava mexicana, artista, que había estado trabajando en la Biblioteca de Nueva York restaurándola y clasificando cosas, a quien le conté de esto, me dijo: “Déjame ver tu colección, dé- jame ayudarte a clasificarla”.
Ella empezó a trabajar y me dijo que pusiera un museo y yo le decía que estaba loca. Pero luego alguien más me lo dijo y yo ya no sabía si debía hacerlo. La palabra museo me parecía una naftalina o una solemnidad; museo suena a viejo.
Luego me empezaron a fastidiar mis amigos. Gonzalo me decía: “tienes que hacer un museo, y le pones El Brunnenheim”; otra amiga me decía que se llamara “La casa de las cosas”, y yo solo decía: “No voy a tener un museo”.
Y un día que estaba leyendo un libro, –quisiera tener claro qué libro era, porque es parte de la historia, he tratado de recordarlo muchas veces, pero ya no me da–, en algún lado se me atravesó la frase “el objeto de los objetos…” Se me hizo muy interesante porque a mí no deja de maravillarme que, por ejemplo, en este polvo Pompei, hay primero un señor que fabricaba polvos y le dijo a un diseñador “hazme unos empaques que estén bonitos” y ese cuate lo imaginó, lo dibujó, luego lo presentó y se lo compraron. Lo empezaron a producir, luego lo vendieron y hubo una señora que lo compró, se polveaba y luego cuando se acabó, lo tiró a la basura. Alguien lo rescató de la basura y por alguna razón extraña, llegó a las manos de alguien que lo ofrece a la venta en un mercado de pulgas o en la Lagunilla y luego llegué yo, alguien que lo compra.
O sea, son un montón de manos por las que pasó y lo que es todavía más insólito e inesperado: ese objeto acaba sus días en un museo, cuando más bien estaba destinado a ser un bien perecedero.
Este concepto del objeto del objeto me cautivó. Esto se presta para hablar de historia, de la sociedad en la que se da, en ese momento me empezó a gustar la idea de hacer un museo del objeto del objeto.
Ya para entonces tenía clasificadas mis cosas. En San Rafael está el archivo con 165 mil objetos ya clasificados y falta un montón.
¿Y qué incluye esa clasificación?
Incluye marca, fecha o fecha aproximada, descripción física del objeto, foto desde distintos ángulos, todo en una ficha.
Y dependiendo de esas descripciones, lo puedes encontrar fácilmente con diferentes características. Es decir, este empaque de polvo, se encuentra como empaque, pero también como neoclásico y como cosmético. Entonces, al buscar, puedes decir “yo quiero saber qué cosméticos tienen color anaranjado, o rosa, o lila en su diseño” y encontrarás una lista entera.
¿Qué tipo de exposiciones de han realizado en el museo?
Hicimos por ejemplo una exposición muy famosa “Las relaciones rotas” o “Broken Relationships”, la vi por primera vez en Zagreb. Estábamos en el barrio viejo de la ciudad y entramos al Broken Relationships Museum, un museo de objetos que simbolizan el rompimiento de una relación y esta exposición es la segunda con más éxito que hemos tenido.
Había un espejo retrovisor de un coche, un vestido de bodas quemado, cada objeto con una historia que no se te olvida jamás. Poníamos hojas de papel y cada quien escribía la historia de sus relaciones rotas. La exposición ya se había hecho en París, en Río de Janeiro, en Zagreb, en Londres; la habían hecho en todos lados. Nos dijeron que íbamos a recibir 100, 150 objetos más o menos. Los primeros dos días recibimos 250, y fueron dos mil y pico finalmente; ahí tengo guardados todos los casos. Ahora vamos a hacer una del futbol en México.
¿Crees que un objeto te permite entender la época a la que pertenecía?
Yo veo cosas que vi de chico. Generaciones más jóvenes no las conocen y por eso, no significan nada para ellos. Estos objetos te cuentan la historia. Vamos a contar la historia del fútbol que hicieron los ingleses: vinieron a México a las minas, jugaban fútbol en Hidalgo y de ahí sale el primer equipo que es el Pachuca y juegan contra los ingleses, y luego en el Reforma Club y luego la Liga Española… Y en 110 años de fútbol soccer en México, nunca se ha hecho una exposición sobre el tema y mira que es un país pambolero.
Nunca se había hecho una del erotismo, pero ahí tenemos el primer condón que existió. Hicimos una de lucha libre, en todo el mundo nos conocen por las máscaras de luchadores, y ahí estaba la primera máscara hecha de piel, cosidita y todo, sin adornos. Todas esas historias te dan la oportunidad de conocer cosas que no has vivido y que son parte de la vida de tu país, de tu sociedad.
¿Quién escoge los temas que se van a hacer en las exposiciones?
Hay un consejo de gente bien loca, todos son chavos muy jóvenes. Uno, es El Chá, que toca en Moderatto; otra, es la directora de la Juventud del Distrito Federal; son puros chavos en sus 30, y Paulina, mi hija, Directora del MODO, les da ideas y van saliendo. Yo ando siempre proponiendo también, por ejemplo, 20 compositores de música popular mexicana desde Tata Nacho hasta Juan Gabriel.
De todo lo que has coleccionado en el tiempo ¿hay algún objeto que sea tu favorito?
Un consentido es un matamoscas de lámina de China. Ese me cae muy bien por insólito, por absurdo, por todo.
Tenemos una colección que me encanta pero que no puedo hacer crecer mucho porque es de objetos que nadie sabe para qué son. No es muy grande, yo creo que debe tener 60 o 70 objetos.
Compré una invitación al bautizo de una niña en Pachuca, Hidalgo, de 1903, que además trae una moneda de plata, con el águila republicana que era el bolo que daba el padrino. Entonces me trajeron un montón de objetos de Hidalgo, y entre ellas, veo una invitación a unas pompas fúnebres, o sea, a un entierro, de la misma niña de la invitación al bautizo. Había muerto al año tres meses de nacida; ahí estaban su bautizo y su muerte. Me pareció extrañísimo encontrar dos objetos de la misma persona; esas cosas me fascinan. No me interesa nada que no tenga mínimo 50 años de viejo. Ahorita ya estoy comprando cosas de cuando yo era chico, antes no las hubiera comprado nunca, pues esa colección que empecé era de 1970.
¿Hay algún objeto que sea especialmente valioso?
Aquí tengo algunos que me caen bien, que no mando al museo. Estas damas chinas me caen bien porque están chiquitas y bonitas. Yo jugaba con esto cuando era chico y así era mi cajita; no es valioso, no es importante, pero me cae bien.
Este es un balero japonés. Los japoneses juegan así ¿ves? Este es el más grande, luego el chico y luego el más chico; ya que hiciste este ahora vas por este. ¡Esta es la primera vez que me sale! Tomen una foto. (Risas).
¿Qué hay sobre La Gunilla Editores y su relación con el MODO?
Es la editorial del museo y el nombre es muy propio para nosotros. Hemos hecho yo creo que unos 15 libros, no es una actividad que nos ha generado ingresos, solo satisfacciones.
Pero uno al que le di al clavo, fue Germán Dehesa, un escritor muy respetado con un gran sentido del humor, que escribía diario y era muy amigo mío. Se vendió muy bien. Los de grafiti, en cambio, son muy bonitos y muy buenos, pero se vendieron poco.
Estoy haciendo un libro sobre frases y palabras que han caído en desuso, tengo más de 1,500 apuntadas. Van cambiando las cosas, pero hay expresiones maravillosas. Busco palabras que tengan algo de chispa, hay muchísimas, ahí tengo el libro en proceso, igual que un libro de cementerios del mundo, cada uno de un país distinto. Ya llevo 20 años haciendo esto, la muerte es un tema que me llama la atención.
¿Cuál es la más reciente adición a tu colección?
Hoy fui a pagarle a un señor por un triciclo y un martillo nuevo. Además de esta foto de un funeral.
¿Qué buscas transmitir a las personas que van al museo?
Yo le encontré una salida a mis culpas, compartiéndolas con los demás. O sea, que yo pudiera tener, como muchos coleccionistas de arte, una colección guardada en anaqueles, en un departamento era un poco absurdo, y sigo comprando ¿para qué? El museo es eso. La posibilidad padrísima de compartirlo todo.
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