Chicago es gris
A cualquier persona en el planeta que le dices que vas a Chicago en febrero tiene la misma reacción que tú: ¡Que frío! Sin embargo, mi pánico no fue tanto por la temperatura… sino por los vientos… y el aterrizaje. Vengo con las uñas pegadas al asiento porque desde hace poco más de un año he desarrollado un cierto pánico a los aviones. El día me tranquiliza con el cielo azul, nubecitas hermosas tipo Bob Ross y casi puedo escuchar los pajaritos a la distancia. El sol está tan fuerte que la persona que va sentada en la ventana la tiene cerrada y la abre periódicamente para ubicar si ya llegamos. Yo, como de costumbre, voy enfocada en el monitor de mi computadora para no pensar en el hecho de que estoy flotando sobre el Midwest o que pronto vamos a aterrizar en la ciudad de los vientos. Pasan unos 7 minutos que parecen eternos, mientras atravesamos una nube y de pronto se vislumbra la ciudad abajo. Solo que faltan dos cosas importantes de la visión que tengo de Chicago en mi mente: los techos nevados y el cielo azul. No hay nieve y absolutamente todo está gris. Es mi primera impresión de Chicago. Chicago es gris.
Vengo en el taxi mirando hacia arriba como es costumbre en ciudades grandes. O al menos como es mi costumbre. Son cerca de las 3 pm y todo sigue gris. Llegando al hotel dejo mi equipaje y hago checkin, me forro de ropa siguiendo el ritual antes de salir por la puerta en el invierno americano: acomodo la bufanda, cierro el abrigo hasta arriba, me pongo un gorro que casi me cubre las cejas y luego los guantes. Salgo y el viento frío me recibe como diciendo: ¡Bienvenida! Este invierno está particularmente cálido para los estándares de Chicago, pero para mí, que me fui de NYC hace 5.5 años y mi invierno en el mes de enero, cuando estamos entre 5°- 15° C, esto es MUY frío. Yo tengo recuerdos de mi primer invierno en Nueva York, parada en Union Square, pareciendo esquimal que apenas se me veían los ojos, y observando un sol radiante y un cielo azul Pantone cuando hacían -12° C como si el Papá invierno me estuviese viendo riéndose de mí.
Otro fenómeno del invierno americano es que, poco después de las 4 pm empieza a obscurecer. Camino apresurada por Magnificent Mile con la cabeza baja evitando el viendo gélido que me lastima la cara. Chicago es la ciudad de los rascacielos y con el poco tiempo que tengo, voy encaminada al observatorio del John Hancock Tower1 en el piso 95. La avenida aún sigue decorada con lucecitas navideñas, lo que me llama la atención, pero estamos en pleno invierno. Al fin llego, medio congelada, y como también es el típico ritual cuando entras a un espacio en un invierno americano: te quitas los guantes, el gorro, abres el abrigo y aflojas la bufanda antes de derretirte como hielo en verano. Antes de llegar al observatorio hay una exhibición de los vecindarios de Chicago, característicos por su diversidad y casi como en todas las ciudades grandes, por tener un Barrio Chino y uno Latino. Al acabarse la exposición LED de colores, me guían hasta un elevador que tiembla como maraquero al subir vertiginosamente hasta el observatorio en el piso 95. Se abren las puertas y de repente veo… gris. Estoy viendo directamente hacia el lago y como está increíblemente nublado, no se ve nada. Camino a la derecha, hacia el sur. Son poco después de las 5 pm y estamos en mi momento favorito del día, justo antes del atardecer cuando el cielo se torna un azul índigo intenso antes de que la noche nos arrope. Las luces de la ciudad en ese momento empiezan a despertar y es una combinación casi mágica de luz natural y luz artificial. Pero es en ese momento, en ese instante en que me encuentro mirando los ríos naranjas que parece que pintan la ciudad desde el piso 95.
Mi expertise es en iluminación y les estoy platicando de la vista panorámica desde un observatorio y se preguntarán por qué. Pues muy sencillo. Vivimos en un mundo de LED y Chicago es la ciudad del vapor de sodio. Las lámparas de sodio fueron producidas comercialmente por primera vez por Philips en Holanda en 1932. Hay dos tipos de lámparas de sodio: de baja presión (LPS) y alta presión (HPS). Estas lámparas se utilizan sobre todo para el alumbrado público, así como para usos industriales variados.
La lámpara HPS es la lámpara más ubicua para el alumbrado público en el planeta. Esta presentó una mejora sobre la lámpara de LPS en que tiene un color más aceptable con la gran eficiencia de la lámpara de sodio. El mejor rendimiento de color viene con un poco de sacrificio, porque tiene menos eficacia que la LPS. General Electric desarrolló por primera vez la luz en Schenectady, Nueva York y en Nela Park, Ohio. La primera lámpara apareció en el mercado en 1964.
Lo más característico de las lámparas de vapor de sodio es el color naranja profundo que emiten. En este mundo de LED e inclusive de aditivo metálico (MH o metal halide por sus siglas en inglés) las lámparas de vapor de sodio no son tan comunes. Y se preguntarán, ¿qué importancia tiene eso? Primero, tienen un índice de rendimiento de color (CRI2 por sus siglas en inglés) muy bajo. En resumen, IRC o CRI es una medida de la capacidad de una fuente de luz para mostrar colores realistas o naturales de los objetos en comparación con una fuente de referencia familiar, ya sea de luz incandescente o luz diurna. Mientras más alto el CRI, mejor se ven los colores que revela.
Algunos ejemplos pueden ser:
-Vela: 1700k 100 CRI
-High Pressure Sodium: 2,100 k25 CRI
-Incandescente: 2700 k 100 CRI
-Halógeno: 3200k 95 CRI
-Clear Metal Halide: 5,500 k 60 CRI
-Luz natural: 5,000-6,000 k 100 CRI
Segundo, esta tecnología se ha estado reemplazando en los últimos años por los avances tecnológicos de los aditivos metálicos y sobre todo, los LED, y en la ciudad de México, donde resido, ya no es tan común. Aterrizando en México se divisa una combinación de ríos blancos fríos (aditivos metálicos), blanco cálido (Cosmópolis), y sigue manchado en ciertas zonas con vías que son predominantemente naranja. Les conté cuando fui a Light Fair en Nueva York (“Iluminación Reloaded”, Hotbook 0183) donde el 100% de la feria era de LED. Encontrarte zonas que aún no han sido reequipadas en el alumbrado público de una ciudad es normal. Encontrarte una ciudad entera que se transforma bajo la luz naranja es menos común. Los invito a que observen la ciudad de noche para que vean cómo la iluminación redefine lo que vemos durante el día a la luz del sol. La luz esculpe, pinta y dibuja la noche. En este caso, la noche es naranja.
Regresando a mi estancia en el observatorio 360o4 camino fascinada observando el color naranja que se exagera mientras cae la noche. Las avenidas se dibujan claramente y entre la visual extraordinaria de los rascacielos con sus coronas iluminadas, el lago misterioso cubierto en una capa gris de nubes y las luces rojas y blancas que señalan la hora pico de tráfico, me doy cuenta de que, Chicago no es gris. Chicago es naranja.
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