El Museo del Palacio de Bellas Artes acoge la muestra “La fiesta del color” de Jesús Benjamín Buenaventura Reyes Ferreira, mejor conocido como Chucho Reyes, con motivo de su 40º aniversario luctuoso. La exposición retoma el título de uno de sus emblemáticos telones pintados en papel china para centrarse en la presencia e importancia del color en la obra plástica del pintor nacido en Guadalajara, Jalisco en 1880 y fallecido en la Ciudad de México en 1977. El recorrido a través de la producción del artista tapatío cuenta con 75 piezas provenientes de 33 colecciones internacionales y está dividida en cuatro ejes temáticos: color y materialidad, influencias y enseñanzas, muerte y bestiario, lo místico y lo profano.
Desde sus inicios como anticuario, pintor y escultor, fue un promotor y coleccionista del arte popular. Su afán por exaltar la cultura mexicana mediante el uso del color, la luz, las formas, los materiales y las texturas, fue y sigue siendo el motivo por el cual ha sido fuente de gran inspiración para numerosos artistas, arquitectos y escritores.
Su influencia en el arte mexicano no solo se debe a que su producción artística retoma las tradiciones ancestrales de elaborar pigmentos y soportes de manera artesanal, sino, también, a los elementos representados en esos soportes. Su método consistía en hacer sus propias mezclas de anilinas, adhesivos y aglutinantes en tazones de cerámica -el temple y el gouache eran sus técnicas predilectas- con la finalidad de dejar impresa su huella en la brocha con la que embarraba la pintura directamente sobre los papeles de colores colocados sobre una mesa.
Chucho Reyes abordó las tradiciones y costumbres inherentes a nuestra cultura, características también de la artesanía mexicana, por medio de una estridente paleta de colores que contrasta con un trazo expresionista de tonalidades oscuras, enfatizando así el dramatismo que caracteriza su obra a través de un universo imaginario repleto de motivos recurrentes como lo son la muerte, el sexo, la posada y los bestiarios, representados a través de calaveras, prostitutas, caballos, gallos, leones, ángeles, vírgenes, Cristos y flores.
Su relación con la muerte fue muy cercana no solo debido a la presencia de esta en la cultura mexicana, sino, también, a su experiencia personal, ya que en algún momento de su vida amortajaba cadáveres, los maquillaba y los vestía. A pesar de que la muerte suele ser vista como algo lúgubre y oscuro, el pintor jalisciense modifica esta percepción al darle vida a lo inanimado por medio del color.
Así, Chucho Reyes establece un diálogo entre lo místico y lo profano, combinando la iconografía cristiana del Barroco novohispano con el arte popular y retomando imágenes que han sido reproducidas infinitas veces en la cultura popular para reinterpretarlas. De esta forma, no solo consigue que polos opuestos dialoguen entre sí, sino que aquellos que en un principio lo despreciaban por considerarlo de menor categoría comenzaran a valorar y apreciar su riqueza artística.
Por otra parte, su predilección por los materiales sencillos y de carácter efímero como el papel china -también conocido como papel de seda-, que se caracteriza por su fragilidad y transparencia, en contraste con la estridente gama cromática representativa del folclor mexicano, no es solo un homenaje a la artesanía popular, sino un cuestionamiento sobre la perdurabilidad del arte.
Dicho esto, aunque su contemporaneidad se debe precisamente a la libertad creativa que tenía para experimentar con distintos materiales y colores fuera de lo común, el excéntrico pintor jalisciense siempre fue sumamente modesto a pesar de poseer un ojo estético envidiado por muchos; incluso, ante la posibilidad de exhibir su producción artística, este respondió: “¡Pero, por favor, no presenten mis cosas como obras de arte!”.
D. Museo del Palacio de Bellas Artes, Centro Histórico
Texto por Sheilla Cohen.