El coleccionismo puede ser considerado como un acto instintivo del hombre. No ha habido tratadista que no toque el tema y pretenda explicar esa inquietud de la psique humana en diversos tratados, desde el mismísimo Freud a otros tantos. No podemos saber con precisión si en la prehistoria, las cuevas donde el hombre habitaba y, suponemos, efectuaba actos mágicos para llevar al éxito sus cacerías, las piedras agrupadas en determinados lugares fueran acaso sus primeras colecciones.
Perdido en el tiempo, el origen del coleccionismo vendrá de la mano del hombre. Dentro de su misma evolución podemos notar que coleccionar objetos describe tanto su desarrollo como su refinamiento. Sabemos por escritos de los tratadistas clásicos, que los romanos desarrollaron verdadera pasión por coleccionar tanto la estatuaria griega clásica, como sus urnas de barro y objetos varios, no solo por su belleza estética como porque en ellas fundamentaron el inicio de su religión y la base de su cultura. Sabemos que los coleccionistas de esos tiempos frecuentaban constantemente las plazas públicas, a donde arribaban las tropas expedicionarias y donde en sus alforjas o mochilas traían objetos que podían ser transportados en largas jornadas y por ello su tamaño era por decirlo así, maleteable. Atención, que quiero hacer notar que en la actualidad este término de transportación se traduce en cajueleable y sus transportadores cajueleras.
Santa Helena, madre del César Constantino por quien se instituyó el catolicismo como dogma oficial del Imperio Romano en el siglo IV, viajó a Jerusalén buscando en afamadas expediciones poder comprar, para la colección del Estado, una serie inimaginable de supuestas reliquias concernientes a la nueva fe en boga, diversos objetos de la vida y pasión de Jesús, mismos que hoy son un atractivo más de la gran y bella ciudad de Roma.
Pero, brinquémonos unos siglos desde que el humano se ha empeñado en coleccionar pasionalmente todo tipo de objetos, hasta la actualidad donde primordialmente los objetos decorativos y las obras de arte plásticas crean la mayor e importante afluencia en los diversos mercados de arte. Con ello, en este momento está sucediendo un muy extraño fenómeno en la informática actual. La gente hoy compra sus objetos de uso en línea a través de sus móviles o computadores. Y esto no solo esta creando en el hombre una actitud terriblemente sedentaria en el desarrollo de su función adquisitiva, y lo que es más importante en sus relaciones, sino que también constituye una limitante a su poder visual y táctil a la hora de escoger, buscar y juzgar. Con ello, su capacidad de movimiento se reduce al brillo de una pantalla y a su habilidad en el manejo de sus funciones. La gente está dejando de conocerse y de descubrirse a través de su tono de voz; nuestro contacto es escrito, y además los textos son constantemente retocados por un corrector automático, que en determinados momentos, puede desatar una enemistad perpetua o una terrible agresión, por haber escrito erradamente algunas de nuestras palabras o pensamientos, a los que tampoco podemos dar entonación, creando una terrible confusión interpretativa.
Esto, en el caso de los coleccionistas actuales, hace que dejen de tener ese contacto directo con el objeto en sí, por lo que su verdadero conocimiento técnico sobre la pieza se debilita. Esto ha generado un mercado enorme de comercio por redes especializadas en diversos temas que traerán al mercado, no solo piezas flojas o de mala calidad de la época que pretenden abarcar, sino que con ello se ha generado un mercado flotante de piezas falsas, que fluctúan desde mediana calidad, hasta pésimas réplicas. Normalmente, el adquirente se basa, no ya en la recomendación y experiencia de un vendedor por nosotros conocido, esto es, por un experto reconocido e identificado en la materia tratada, cuyo conocimiento y experiencia nos den una garantía sobre su procedencia, justificación de inversión y certeza de autenticidad, sino en la descripción de la pieza dada en la misma página o ya en algún buscador donde aparezca, donde se le ofrece una fotografía trucada, y aunque los datos descritos serán muchas veces copiados de libros o catálogos profesionales de una pieza auténtica, engañosamente aparece en la red para ser adquirida por un neófito o un principiante en el coleccionismo.
Esto generará colecciones de mala calidad de diverso nivel, haciendo que los mismos museos debiliten su futuro acervo, ya que normalmente las colecciones privadas acaban por destino natural siendo parte importante de los museos.
También como está comentado aquí, este tipo de mercado está debilitando la movilidad de los interesados en salir a visitar galerías y exposiciones sobre el tema de su colección y curiosidad.
El mercado entonces se moverá en cocteles de apertura y en ferias especializadas, y en estas últimas, no solo se agruparán todas las galerías competentes en el tema buscado, sino será también un fenómeno social donde vamos a ser vistos y reconocidos tanto por vendedores, como por otros coleccionistas.
Es de pensarse que debemos de tener una actitud activa y positiva en nuestra curiosidad, para que ella nos lleve a crear colecciones interesantes y con ellas, cada uno de nosotros seamos los que apasionadamente busquemos las llaves que cada pieza tiene para hacerla importante y con ello formar parte de nuestro deseo de trascender a través de los objetos en una colección seria e importante, por su calidad y por el tiempo que en su estudio invertimos.