
Por años, el error debía corregirse. Era una falla en el sistema, un accidente. Sin embargo, en el diseño contemporáneo y en la cultura visual, el error ha encontrado un nuevo lugar como un recurso estético. El glitch, esa distorsión visual que antes habríamos eliminado, ahora se usa para provocar, cuestionar y construir nuevas formas de belleza.
¿Qué es el glitch?
En términos técnicos, un glitch es una falla inesperada en un sistema digital: un archivo de imagen dañado, un video pixelado, una animación que se descompone o que salta un frame. Pero lo interesante ocurre cuando dejamos de ver esa falla como problema y, en cambio, la consideramos como un lenguaje.
El diseño glitch no pretende ocultar el error: lo muestra, lo exagera. Y, a través de esa afectación, genera nuevas formas de expresión.


Diseño que no busca perfección
En un mundo donde todo parece cada vez más pulido, perfecto, el glitch aparece como una ruptura. Lo hecho por humanos y por máquinas también puede fallar; y eso no siempre es negativo.
Diseñadores gráficos, artistas visuales, creadores de moda y arquitectos han comenzado a incorporar la estética glitch como una declaración. Tipografías que se desfasan, imágenes que se distorsionan, muebles que parecen colapsar, renders con fallas intencionales. Todos estos elementos generan una tensión visual que interrumpe la lectura tradicional del diseño. Nos obliga a mirar dos veces, a detenernos para corroborar.

Belleza rota, pero intencional
El glitch no es desorden sin control. Es caos editado, distorsión con sentido. Y muchas veces está al servicio de una narrativa: denunciar lo artificial, provocar incomodidad, hablar de la ansiedad contemporánea o simplemente romper con lo predecible.
Incluso en interiores, vemos hoy espacios que incorporan imperfecciones deliberadas: muros rasgados, acabados interrumpidos, materiales incompletos. Es una forma de diseñar desde la honestidad: lo roto también puede ser bello, cuando lo imperfecto es más real.

Esta estética también dialoga con nuestra relación con lo digital. En un mundo filtrado, retocado y perfeccionado al extremo, lo glitch nos devuelve algo que parecía perdido: la falla como prueba de lo real, lo imperfecto, lo auténtico.

Porque al final, el glitch nos recuerda algo esencial: que incluso en el error puede haber estilo, que no todo lo que se rompe está mal, y que el diseño también puede y, a veces, debe equivocarse para avanzar.