
Navegar por los fiordos de la Patagonia a bordo del ferri Esperanza de Navimag es una de esas experiencias incomparables. Además, este recorrido te sumerge en la inmensidad de la Patagonia, sin filtros ni artificios. En este viaje, de aproximadamente cuatro días, entre Puerto Montt y Puerto Natales atravesarás algunos de los rincones más remotos y salvajes del sur de Chile.




El barco zarpa desde Puerto Montt con una mezcla de pasajeros: mochileros con botas gastadas, locales que vuelven a casa, turistas de varias partes del mundo y curiosos que no tienen idea de lo que les espera. Desde el primer momento, el ambiente se siente más como el de un hotel flotante que como un ferri convencional. No hay cabinas ostentosas ni espectáculos nocturnos, pero sí una sala común donde se comparten historias, se juega a las cartas y se contemplan los paisajes, mientras el barco avanza lentamente por los canales del sur de Chile.


Las habitaciones del del ferri Esperanza de Navimag son un refugio para descansar, mientras el barco cruza fiordos y pasa junto a islas solitarias. Para muchos, el verdadero atractivo está fuera, en cubierta, donde el viento frío golpea el rostro y las vistas dejan sin palabras. Un glaciar aparece en el horizonte, una colonia de lobos marinos descansa en una roca, un albatros planea sin esfuerzo sobre el barco.


El ferri se adentra en el Golfo de Ancud, rodeado por las islas del archipiélago de Chiloé. Aquí, si tienes suerte, puedes ver toninas (pequeños delfines chilenos) saltando entre las olas. A medida que avanzas, los paisajes se vuelven más dramáticos, con montañas que salen del mar y un cielo que cambia constantemente entre nubes, sol y niebla.
Más adelante, el ferri se aproxima a Puerto Edén, una pequeña aldea donde viven los últimos descendientes del pueblo indígena kawescar. Este lugar es tan aislado que solo se puede acceder en barco, lo que lo convierte en uno de los rincones más solitarios de la Patagonia. Sus casas coloridas y el silencio del entorno contrastan con la inmensidad del paisaje. Y aunque la embarcación no siempre se detiene aquí, la vista de este pueblo perdido en el tiempo es un espectáculo en sí mismo.


Pero no todo es contemplación silenciosa. Cuando el barco entra al Golfo de Penas, las aguas tranquilas de los canales quedan atrás y la historia cambia. Dependiendo del clima, el oleaje puede hacer que la embarcación se mueva bastante y ahí es donde la verdadera aventura comienza. Algunos lo disfrutan como si fuera una montaña rusa, otros prefieren quedarse en sus literas con la esperanza de que pase rápido. Pero nadie olvida esa parte del viaje.
A bordo, la experiencia es muy acogedora. Un ambiente cálido donde los pasajeros se reúnen en los espacios comunes para compartir historias mientras el barco avanza lentamente hacia el sur. Las comidas son simples y sabrosas, con un aire casero que se agradece después de un día al aire libre. En mesas compartidas donde los viajeros se cuentan historias de rutas recorridas, se comparten consejos sobre Torres del Paine y se intercambian datos sobre los mejores rincones de la Patagonia.


No hay WiFi ni señal de teléfono. En un mundo obsesionado con la conectividad, eso puede sonar aterrador. Pero después de un día, te das cuenta de que no lo necesitas. En su lugar, vuelves a las cosas básicas: una buena conversación, una taza de café caliente, una caminata por la cubierta bajo un cielo estrellado. Y en ese espacio de desconexión, ocurre la verdadera magia del viaje.
Cuando finalmente el ferri Esperanza de Navimag llega a Puerto Natales, la sensación es de logro. Has atravesado una de las rutas más bellas e indómitas del mundo, has visto paisajes que pocos tienen la suerte de presenciar y has experimentado la Patagonia en un estado muy puro.
Un viaje por la indomable Patagonia