By Guillermo Kahlo
JOAQUÍN LÓPEZ-DÓRIGA
Comenzó su carrera como auxiliar de redacción a los 19 años en El Heraldo de México. A partir de ahí, como él mismo lo dice, su vida ha sido un empezar constante. Ganó el Premio Nacional de Periodismo en 1977 y ha sido Jefe de información, Director de noticias, columnista y ahora, desde hace 16 años, titular del noticiero más importante a nivel nacional.
¿Desde tu perspectiva, cuál ha sido el mayor cambio o transformación de la sociedad mexicana a través de los últimos años?
Hay una sociedad mucho más exigente, más participativa, una sociedad que monitorea todo; una sociedad que no acepta dogmas, que no acepta demagogia, que a veces no acepta ni las verdades. Una sociedad contestataria, muy activa y vigilante. Ese el principal cambio. Y realmente lo considero positivo porque en la medida en que las sociedades exigen, las sociedades avanzan.
¿Cuál es el peso o responsabilidad que conlleva ser quien transmite noticias tanto buenas, como malas?
Es un enorme peso, una grave responsabilidad. Es una actividad muy desgastante porque muchas veces, por ejemplo, en una entrevista, ya no juzgan al que entrevisto, me están juzgando a mí que pregunto, sobre todo en los casos de candidatos, políticos, personajes controvertidos. En un principio, quizá en la juventud, puede existir la pretensión absurda e inalcanzable de quedar bien con todos, pero finalmente, aquí no tienes que quedar bien con nadie. Cuando alguien intenta quedar bien con todos, siempre queda mal. El quedar bien no puede ser un parámetro, yo tengo que quedar bien conmigo cuando hago entrevistas o cuando doy una nota, estar convencido de que esas fueron las noticias y las preguntas que debían hacerse.
Cuéntanos de alguna noticia que hayas dado que a nivel personal haya sido muy emotiva.
Sin duda, el terremoto del 85. Es la peor noticia que he tenido que dar. Una tragedia en Ciudad de México, una tragedia en mi ciudad, donde nunca se pudieron contar todos los muertos, no se pudieron identificar todos los cadáveres y donde hay todavía cicatrices de lo que fue aquella ciudad rota, de la que sin duda surgió este nuevo México. Una sociedad a la que, a pesar de que el gobierno le dijo “permanezcan en sus casas”, tomó las calles para ayudar a los que estaban atrapados, a los heridos, a los que habían perdido su casa, a los que habían perdido su familia. Ahí comenzó el nuevo México, en el terremoto del 85.
¿Cuál es el mayor compromiso a nivel personal que tienes con quien te ve, te sigue o te escucha?
Decir las cosas como son. Cuando se habla de la verdad hay muchos tipos de verdades. Para mí la mejor verdad es la documentada. La que se basa en una fecha, un lugar, una hora.
¿Cuál ha sido el momento más difícil de tu carrera?
Quizá cuando me corrieron con un grupo de periodistas de Canal 13, el 5 de septiembre de 1981, siendo presidente José López Portillo. Nos corrieron con agentes de la Federal de Seguridad, por órdenes de la hermana del presidente que era la directora de RTC (Radio, Televisión y Cinematografía de la Secretaría de Gobernación). Nos corrieron a cerca de 120 periodistas de la dirección de noticieros del Canal 13. Mi vida ha sido un empezar todos los días y es excitante.
¿Algún recuerdo que guardes con cariño de algún reportaje?
Tengo muchos. Quizá en el terremoto del 85, cuando estaba en el Hospital General y participé en el rescate de unos niños recién nacidos. Estaba de reportero y de repente me encontré quitando piedras, viendo cómo aquellos recién nacidos volvían a nacer. Habían nacido de la entraña de su madre y ahora nacían de la entraña de la tierra, de los escombros.
Si tuvieras que elegir una entrevista.
No podría quedarme con una. Te puedo decir una que le hice a Juan Pablo II en su primera visita a México o la que le hice a Gandhi en Nueva Delhi. La de Ronald Reagan cuando era un precandidato y nadie le daba oportunidad, ni siquiera en el Partido Republicano, y llegó a ser candidato y presidente dos periodos seguidos. La del Dalai Lama, el sha de Irán y la de Pablo Neruda.
Si pudieras entrevistar a algún personaje histórico que no tuviste oportunidad de conocer, ¿quién sería?
A José María Morelos y Pavón. Fue un hombre extraordinario. Para mí, es el hombre más importante de la historia de México. Era un genio militar, del cual Napoleón llegó a decir que si él tuviera cinco generales como Morelos ya hubiera dominado el mundo. Morelos fue el visionario, el que creó la Constitución, el Congreso, la Bandera, tiene el concepto de independencia, militar, de gobierno, del Estado.
Un momento de aprendizaje en tu carrera.
Todos los días.
Tú manejas tus redes sociales, ¿cómo te parece que ha cambiado la posibilidad de transmitir noticias a través de las redes sociales, y qué tan difícil es para ti agarrarle el ritmo?
Ha cambiado rotunda y radicalmente. Hoy, cada persona es un reportero, un informador, cada quien tiene su opinión y no solo eso, cada quien puede expresar su opinión públicamente. Es una herramienta extraordinaria, maravillosa. Y me metí, como todo en la vida, aprendiendo con voluntad y disciplina, con tenacidad. Aquí el eje central y el elemento esencial es el contenido, no importa si es revista, si es televisión, si es radio, si es Twitter, si es Facebook, si es Vine, si es Periscope, el elemento esencial es el contenido. Y lo seguirá siendo siempre, el valor del medio, el que sea, es el contenido.
¿Consideras que hay libertad de expresión en México?
Total y absoluta. El que no la ejerce es porque se limita o se autocensura. Te pueden reclamar, están en su derecho. Como yo estoy en mi derecho de decir, el afectado está en su derecho de reclamar, de censurar y de descalificar, pero el que te diga que no hay libertad de expresión, o se quedó en el pasado o te está engañando o quiere esconder su autocensura.
¿Alguna vez has sentido miedo de ejercer esta profesión?
Sí, pero no lo digo porque no quiero dar ideas ni la satisfacción a quienes me han atemorizado. No miedo, temor.
¿Qué consejo le darías a tu audiencia para tener una opinión fundamentada de cualquier tema que se toque en los noticieros?
Que se informe. Que el noticiero es un complemento. Hoy en día la gente llega al noticiero informada, y lo que quiere saber es una opinión, una crónica, una explicación, un agregado, un por qué, un para qué, un cómo.
¿Qué consejo le darías a alguien que esté empezando esta carrera?
Que ame este oficio por encima de todas las cosas. Y por supuesto que se prepare, que lea, que estudie. Yo llevo 16 años cenando en este escritorio.
¿Cuál consideras que es tu legado en 16 años de noticiero en el horario más importante de la televisión?
Yo no creo dejar ningún legado, no me da para eso, quizá lo que dejo es mi afán de trabajar todos los días. Nunca he faltado al noticiero en 16 años por un asunto de salud, solo me he ausentado en mis vacaciones, que son mías pero sobre todo de mi familia.
¿Quién eras y quién eres hoy?
Este año cumplo 46 años de reportero. Sigo siendo el mismo, pero ya sé más. La gran diferencia del día que empecé al día de hoy, es la familia que tengo, que son mi sostén y mi razón de ser.
CARLOS MARÍN
Con 47 años de experiencia periodística, ha formado parte de publicaciones como El Día, Excelsior, Proceso y desde su fundación, su casa, Milenio.
Aprendí a leer a los 4 años con periódicos y Los pequeños poemas de Ramón de Campoamor, y digo, por supuesto, jocosamente o idiotamente, que desde entonces está mandado a hacer mi epitafio: “Sabía demasiado”. Pero, con el tiempo, hace muchos años, le puse tres puntos suspensivos y: “¡Pero no todo!”
Desde tu perspectiva, ¿qué ha cambiado en la sociedad mexicana a través de los años? ¿Qué tiene esta generación como audiencia que no tenía la que existía cuando empezaste como periodista?
No contaba con las tecnologías cibernéticas. Yo empecé a trabajar cuando había unos aparatos que se llamaban Télex y con teléfonos, y por fortuna, muy pronto aprendí que, antes que la nota, debía averiguar cómo transmitirla; averiguaba dónde estaba la central de Télex para poder asegurarme de que lo que reportara lo podría transmitir.
Esto fue en 1969, cuando comencé en el periódico El Día; después vino el Fax, del que ahora ya no oigo hablar y que representó una gran ventaja tecnológica. Si de por sí la sociedad estaba muy torpedeada con todo tipo de informaciones, poco digeridas, actualmente mucho más, porque a eso se le suman las redes sociales a las que, por fortuna, yo no le hago.
¿Cómo han transformado las redes sociales a la sociedad?
Ahora con el Twitter, Facebook, con todo lo demás que ha venido, el mundo se ha vuelto una especie de vecindad de los años 30 o 40, donde todo el mundo se entera hasta de las fantasías que corren.
La transformación es bárbara, porque además, estos medios son una posibilidad de “intercomunicar” a los seres humanos, pero hay quienes lo toman demasiado en serio, lo vuelven una secta. Esos cambios tecnológicos son tan progresivos, que no dejo de pensar en algo, que no se me ocurrió a mí, sino a alguien más inteligente que lo escribió y lo leí alguna vez: que la evolución del ser humano ha pasado de manera tan lenta en el devenir de la historia, que mentalmente estamos más cerca de los pueblos prehispánicos o de los primeros hombres, que de los avances tecnológicos y muchas veces ya no hay manera ni siquiera de conocer su funcionamiento.
Es un gran cambio y nos dan oportunidad, con la simultaneidad, de enterarnos de hechos reales en tiempo real, como no lo había conseguido ni siquiera la televisión. La televisión con cuya aparición, se decía, iba a desaparecer la radio, y la radio con cuya aparición, se decía, iba a desaparecer el teatro. No, no desaparecen: los medios de expresión avanzan, evolucionan, se mejoran, se multiplican y son para bien. Lo que la sociedad, cada persona, debe discriminar es ¿qué diablos hacer con la información que consume y a qué le da crédito?
¿Cuál es el compromiso más importante en tu oficio?
El compromiso para mí, y esto parece abstracto, es con el público al que quiero llegar. Es un público intangible, poco medible e identificable, pero el compromiso, para empezar, es conmigo; yo no quiero usurpar funciones, desprecio el periodismo de causa. No es mi responsabilidad acabar con los problemas nacionales, para eso hay instituciones y autoridades que tienen esa responsabilidad. La mía es dar a conocer y quizás opinar, si valieran la pena mis opiniones, dar a conocer lo que poca gente sabe, para que lo conozcan los más posibles.
No tengo otro compromiso que tratar de hacer mi trabajo con honradez. Trabajo periodístico, un oficio que es intrínsicamente subjetivo, tengo que ver por qué realzo más un asunto que otro. Elijo desde el tema, las personas con las que hablo, los documentos que consulto, las ilustraciones con que lo acompaño, en prensa o en televisión. Tengo la responsabilidad editorial del grupo Milenio. En web pienso: “¿De qué manera lo presento?”. En realidad, son puras valoraciones subjetivas como por qué es más importante un asunto que otro.
Desconfío mucho de los periodistas que pregonan decir la verdad, porque la verdad es múltiple. Parafraseando una obra de mediados del siglo pasado, la verdad es siempre sospechosa porque hay muchas verdades. Yo trato de propagar verdades periodísticas, lo que entraña subjetividad, porque es lo que a mí se me ocurre que sea periodístico, pero hay verdades jurídicas, históricas, sentimentales, religiosas, teológicas. Hay gente que cree firmemente y, esa es su verdad, que si cruza una piscis con un leo, da capricornios. La verdad es tan relativa que yo desconfío mucho de la gente que pregona decir la verdad.
Si no es verdadero, ¿cómo describirías el periodismo?
El periodismo es mucho más verosímil que verdadero, es mucho más creíble, que certero o cierto. Por ejemplo, si un presidente de México del partido que fuera, en su informe de gobierno dice que se pavimentaron 3,000 km de carreteras, me faltaría vida para corroborarlo; es cierto que lo dice, pero quién sabe si lo que dice es cierto o es cierto lo que dice un documento, pero el documento pudiera no decir una verdad.
Lo que hay que hacer de manera cuidadosa, y esa es una de mis principales obsesiones, a la que algunos le llaman “cualidad”, es ser escéptico ante lo que creo que es lo importante en una nota periodística y trato de no fallar en sus puntos esenciales, porque además, los periodistas, como cualquier otra persona, jamás conoceremos eso que se llama la realidad. Nos aproximamos, apenas, a pedacitos de la realidad, una realidad que nunca vamos a abarcar.
Te enteras de un acto de corrupción, de un asesinato, un accidente, pero no te enteras de todos y, cuando te dice el gobernador del Banco de México que hay casi 200 mil millones de dólares de reservas, pues también me faltaría vida para corroborarlo y más ahora que las transacciones electrónicas hacen intangible el dinero. Es decir, damos cuenta de verosimilitudes y el gran reto que tienen ante sí los periodistas es ganar el crédito público y, ¿sabes cómo se gana? Dando información a prueba de desmentidos o aclaraciones.
Un día saqué un reportaje demostrativo de la inexistencia de Juan Diego, y del Centro de Estudios Históricos Guadalupanos me enviaron una carta en la que me hacían la corrección de que el convento de Santiago Tlatelolco no había sido fundado en no sé qué mes de qué año, sino en otro mes del año anterior o el año siguiente. Yo agradecí al Centro de Estudios Históricos Guadalupanos que fuera el único error que encontró en mi reportaje, según yo, demostrativo de la inexistencia de Juan Diego. De nada relevante o nada que me importe he sido desmentido; criticado sí, pero no me importa, viva la crítica, creo en la libertad.
¿En México hay libertad de expresión absoluta?
Sin duda. Yo no conozco la censura en los 47 años que cumplo este mes de ejercicio. No hay censura, lo que llegó a haber eran actos de represión de los gobiernos por asuntos ya publicados, pero la censura es la supervisión de algo que vas a difundir antes de que lo hagas.
En México, no hay censura, hay plena libertad de expresión, la hubo inclusive dentro de lo más fuerte del Priato, que dicen que fue el sexenio de Salinas de Gortari. No conozco otra cosa que no sean periodistas venales que, por intereses casi siempre económicos, se tragaban información; pero no porque estuvieran obligados por un gobierno de la manera como se da en otros países, con una supervisión especial y hasta policiaca del Estado.
En México hay libertad de expresión. No tengas duda. Nunca nadie me ha dicho qué escribir, y es un oficio tan libertario, que me parece no imposible, sino impensable que a un periodista se le diga lo que debe decir. Esto es como un anuncio antiguo que decía “Si no tiene hoyo, no es Salvavidas”. Un periodista que admite una orden para tergiversar una nota, para retorcer o para callarse, no es periodista, es otra cosa, es un pobre diablo.
¿Cuál es la enseñanza más importante que consideras que le das a los alumnos a los que le das clases de periodismo?
Yo di clases en la Universidad Nacional, entre cursos de extensión universitaria y en la Facultad de Ciencias Políticas, en total, fueron seis años; 19 y medio en la Ibero; cinco años en unos posgrados de la Universidad Internacional de Florida para periodistas de América Latina.
Yo diría que si no les interesa la información, estudien violín u otra cosa. Este oficio se vive sin horario, ni fecha ni calendario. Es de reporteo constante, de datos verificables, fuentes confiables y es para mí gratificante. Nunca estarán tan informados para saberlo todo. Pero, yo diría que quien quiera ser periodista tiene que escuchar noticiarios, aunque sea los avances de radio, televisión y sin duda leer periódicos, todo se resuelve en textos.
El periodismo es literatura, puede ser hasta buena: ahí está el Relato de un náufrago de García Márquez y podría citar otros: está el reportaje de Daniel Defoe que hizo Robinson Crusoe, que se llamó Diario del año de la peste, en periódicos británicos en el siglo XVIII, y es una serie de crónicas sobre la peste bubónica en la isla de la Gran Bretaña, que Camus convierte en la obra La peste. Están los escritos de un tipo que se llamó Euclides da Cunha, brasileño, sin cuyos reportajes a finales del siglo XIX y principios del XX, Mario Vargas Llosa nunca hubiera escrito un libro maravilloso que se llama La guerra del n del mundo; y está la crónica de Bernal Díaz del Castillo y las crónicas de los cronistas de las conquistas. Hay que ver cine, teatro, televisión, divertirse, hacer el amor, hacer el odio, tener oportunidad de comer, de una vida a todo dar, pero tomando en cuenta algo que tiene para mí mucho sentido: el oficio periodístico es una afición, un oficio, una pasión. Quien no la viva así, mejor que haga otra cosa.
VÍCTOR TRUJILLO
Actor y comediante que ha dedicado los últimos 22 años de su vida a informar sobre “los cuentos urbanos” que vivimos diariamente. Rompiendo paradigmas sobre cómo deben darse las noticias. En sus propias palabras “Que se equivoquen los solemnes”.
¿Cuál es el mayor cambio o transformación que has visto en la sociedad mexicana desde que empezaste hasta ahora?
Me emociona mucho decirlo. Creo que, desde que empecé a hacer humor político hace ya 30 años, la gente ha ido develando el código político. Había un código donde parecía que nada más los entendidos tenían que ver con ello y los demás éramos espectadores de lo que iba pasando o no iba pasando, aunque todos estuviéramos pagando eso que estaba o no estaba pasando. Ha sido muy emocionante ver cómo esta combinación secreta se ha ido descubriendo y entonces la gente ha sorprendido a la clase política diciendo: “Ya podemos entrar. Ya sabemos por dónde. Ya sabemos cómo se manejan las cosas. Ya sabemos cuáles son los vicios. Ya sabemos cuáles son sus pifias. Ya sabemos cuáles son sus taras. Ustedes también sangran como nosotros. Ustedes también van al baño como nosotros. No son nirvana, ni tierra de dioses, sino que son funcionarios que deben servir al público”. Esa es la parte más emocionante que me ha tocado ver en este tiempo.
¿Cómo surge el personaje Brozo?
Nace por una necesidad muy pragmática, en el cabaret. Necesitábamos un personaje que pudiera tener un final muy arriba para el final del show.
Yo tenía muchas ganas de hacer un payaso, un homenaje a Bozo, que fue el payaso de mi infancia, pensando en cómo sería un payaso de finales del siglo XX, el contraste del payaso clásico que yo vi, del payaso maravilloso, encantador, juguetón, feliz… ¿Qué hacer con un payaso de finales de siglo donde ni siquiera los niños pueden darse el lujo de creer en la inocencia del enmascarado? Por eso hice a Brozo, derivado de la broza, de esa parte de la sociedad un poco peligrosa, de las afueras. De la unión del homenaje a Bozo y la broza surge Brozo el payaso tenebroso. Un payaso que no está disfrazado, sino que nació payaso. La mamá trabajaba en un circo y un día se metió con siete payasos. Entonces no tiene ninguna opción más que ser payaso. No le gustan los niños, no es sociable, es alcohólico, maneja drogas duras, ha tenido enfermedades venéreas, no es un tipo fácil, pero como no tiene otra opción más que ser payaso, cuenta cosas. Empezó contando cuentos y ahora cuenta realidades que a veces parecen ficción.
¿En qué momento pasas de ser un personaje de comedia a volverte conductor de un noticiero?
Los cuentos que él contaba, eran cuentos clásicos adaptados a lo urbano, a lo bestial que es la ciudad. Hablan de la pobreza, del olvido, del hambre, de las adicciones, de la sexualidad, tomando clásicos desde Hans Christian Andersen hasta Shakespeare. En ese momento ya me preocupaba la cuestión social.
De pronto, Carolina, que era mi productora y mi esposa, empezó con esa inquietud de que teníamos que darle un foro más grande a Brozo. Ella insistía mucho en que debían ser las noticias. Lo discutimos muchas veces, en ese momento todos los espacios estaban cerrados para una idea así, porque en esa época, mientras más solemne eras, más te quería la gente, así funcionaba, “qué serio es, ha de ser cierto lo que dice”. Sucede que, haciendo una temporada en el Fiesta Americana Reforma, asesinan a Colosio. Sabíamos que no iba a ir nadie a la función, porque ese día fue de depresión nacional, pero teníamos un contrato. Ese día Carolina me dijo: “Ahora es el momento de hacerlo, porque hoy se rompió el sistema. Todos van a estar distraídos y cuando todo vuelva a la normalidad, ya estamos adentro”. Entonces estrenamos en radio El Mañanero. De ahí han pasado 22 años.
También tenemos una serie de colaboradores expertos, porque todo el tiempo nos estamos asesorando. Esto se maneja como un noticiero en serio, nada más que de pronto sale a hacerlo un payaso. No hay juntas de hacer chistes. Hay una gran responsabilidad porque desde que empezamos El Mañanero, lo más lógico es que el payaso difame, que al payaso se le caliente el hocico, que no estudie, que diga un dato mal, pero el payaso no puede caer en eso nunca. Que se equivoquen los solemnes, que cometan irresponsabilidades los solemnes; el payaso no, el trabajo del payaso es en el filo de la navaja, y eso es lo más divertido.
¿Qué tan difícil es separarte de tu personaje día a día?
Antes de que llegara la cibernética, todo era mucho más romántico de imaginar, sobre todo en estas lides. Pero ahora, ya con el sistema binario, es más fácil explicarlo así: Víctor, en este caso, es el software; Brozo es el hardware. Yo tengo que cargar el software muy bien para que el hardware trabaje y sepa qué hacer. Entonces puede ser algo que acabe en sarcasmo o que acabe en ironía, pero tiene el dominio del tema. O puede ser algo realmente tan grave, donde pueda tocar la parte más dramática de ese mismo hardware. En la capacidad del personaje está poder ser más dramático que cualquier persona real, y poder contarlo sin caer en la solemnidad, o sin ser cursi, quizá rayar en el dolor, y experimentarlo contigo, nada más que con una máscara se nota más si estás hablando de una tragedia, de una matanza.
Si tuvieras que definirte como profesional, ¿serías periodista, comediante, actor? Soy actor de origen. Por convicción, por vocación y por amor, soy actor.
¿Cómo ha sido la experiencia de transmitir noticias y situaciones de seriedad siendo un personaje cómico?
Afortunadamente, muy joven me tocó vivir la experiencia de gente que ya tenía las nociones, y las pruebas, de que el humor es un gran vehículo para decir cosas que son difíciles de decir. No solamente para anunciarlas, sino para explicarlas, que era el gran problema de los 80. Escuchaban una noticia, pero la gente no sabía de qué se trataba. En cambio, con el humor puedes no solamente anunciarlo, sino explicarlo para que al final nos podamos reír de lo mismo, porque el humor se trata de eso. De que nos riamos juntos y hagamos un código.
Cuéntanos de alguna noticia que a nivel personal te haya sido difícil o emotivo dar. El 11 de septiembre fue muy difícil. Muy aleccionador, muy grave, muy enriquecedor. Pude usar prácticamente todas las herramientas que había juntado hasta ese momento porque estábamos en CNI y no había los juguetes que hay aquí. Entonces el inglés, el alemán, el francés que yo sabía me servían para leer los cables y la información que llegaba en ese momento. Se trató del primer ataque terrorista del siglo XXI y lo estábamos observando.
¿Una entrevista que recuerdes con gusto o cariño?
Hay unas muy emotivas. Con Carlos Monsiváis, a quien quise mucho. Con Elena Poniatowska que siempre ha sido un amor. Quizá la que más me conmovió fue con Marcel Marceau. Primero, porque conversamos sobre cómo el artista puede “funcionar” después de lo que dejó la Primera Guerra y lo que le tocó de la Segunda. Y después de todo ese caos, cómo volverse a reconciliar con el amor, con la imaginación, con la confianza, con el silencio, con la dulzura. Eso fue una lección de vida. Sobre todo para los que todos los días nos levantamos preguntándonos ¿lo podré hacer otra vez? Y cuando nos íbamos a despedir, me abrazó y me echó los brazos para atrás, metiendo sus brazos hacia el frente, simulando que eran los míos para que yo mandara a comercial. Cuando me di cuenta de lo que Marcel estaba haciendo, empecé a hacer mi parte, un súper choro de salida para aprovechar los movimientos. Eso se me quedó para siempre.
Cuéntanos sobre tu experiencia con redes sociales. ¿Cómo te parece que ha cambiado el dinamismo de las noticias?
Me encanta en general el tema. En lo personal, yo tenía una cuenta no más que para hablar con mis hijas. Ahora llevo las cuentas de Twitter y de Facebook de Brozo. Ya llegamos a 4 millones de seguidores. Acudo, cuatro o cinco veces al día, para decir o subrayar algo. Todos los días subimos algo del programa, el editorial y hay cuatro o cinco interacciones. Me gusta mucho retuitear cosas interesantes de otra gente o de los medios que sigo, bien sea por el humor o por el tema, o por quien lo escribe, o por lo que aporta. Estoy estudiando gran parte del día. Entonces en ese mismo ejercicio nada me cuesta compartirlo.
Me gusta mucho que las redes sociales empiecen a poner en serios aprietos a los medios tradicionales. Eso me causa alegría y gracia. Hoy en día, cuando tienes un espacio y un grupo de noticias, ya no las puedes tratar solo como noticias, ahora más bien son puntos de vista, porque la nota como tal ya la conocen, nada más vamos a recordarles de qué nota se trata y desde dónde la vamos a ver. Lo cual también infiere opinión, estudio y, si es necesario, acompañarlo con una entrevista o con un comentario o reflexión que la aderece.
¿Hay libertad de expresión en México?
Sí, sí la hay. Estuvo acotada mucho tiempo, fue gradual, pero hay mucha gente empujando, desde hace más de 120 años, esa posibilidad de expresarse con libertad. Y en México, desde luego la radio y el medio impreso, son los puntales de esos esfuerzos, así como los caricaturistas y los epigramistas. Ellos empezaron a abrir los temas que no dejaban de dar dolores de cabeza a todos aquellos que tenían que cuidar el espíritu y la salud gubernamental. También las revistas especializadas, los escritores o las escritoras en sus espacios, los académicos y las académicas también impulsando esa parte. Tanto así, que se creó una atmósfera donde ya no se podía retroceder, hasta llegar a la televisión. Digo “hasta” porque siempre fue la más lenta de todos para reaccionar a esos movimientos y a esos aires nuevos. Realmente, fue hasta el 2000 donde la televisión se dio cuenta que la pluralidad puede ser buen negocio, se ve bien que estén todos los partidos, “se ve muy bien”.
¿Qué consejo le darías a tu audiencia para que tuviera una opinión bien fundamentada?
Creo que tenemos la obligación de ser parte de nuestro momento. Hay mucha gente que no tiene ni siquiera la oportunidad de elegir su vida, nada más están buscando cómo sobrevivir, cómo pasar al otro día. Pero los que tenemos la posibilidad de decidir deberíamos de estar muy gozosamente comprometidos como parte de la comunidad. Porque uno debe ser los demás, y todos debemos ser uno. A nosotros los mexicanos nos ha costado muy caro porque desde hace mucho tiempo ha sido muy útil tenernos divididos. Una muestra de ello es la gran desigualdad que hay en el país. Que la gente deje de pensar que todas estas cosas que se leen y dicen, no son cosa suya. Sí es cosa tuya, tu comunidad es cosa tuya. El poder ponerse en los zapatos de los demás, el poder compartir o ayudar. Puedes hacer patria desde tu casa, puedes criar buenos ciudadanos y ser un buen ciudadano. Estar al tanto de lo que pasa, de quiénes administran, quiénes están al mando, quiénes recibieron el voto. Ya somos más los que sabemos qué está pasando. Nosotros no deberíamos de estar con la incertidumbre de qué va a pasar mañana, son ellos quienes deberían de estar con la incertidumbre de si mañana siguen en el puesto.
¿Qué tanto improvisas?
Eres la primera que me lo pregunta y tenía muchas ganas de que me lo preguntaran. Me gusta improvisar mucho, pero las mejores improvisaciones son las que más se ensayan.
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