Fundada en 1895, la Bienal de Venecia es una de las instituciones culturales más prestigiosas del mundo, reconocida por llevar a cabo eventos en materia de artes visuales, escénicas y musicales. Desde su fundación, ha organizado diversas exhibiciones de arte internacionales y, este 2017, su edición número 57 se tituló Viva Arte Viva. “Es una exhibición basada en el humanismo”, menciona Christine Macel, directora y curadora de la exposición de este año.
Se trata de una muestra internacional de arte que comprende 56 países y 120 artistas, 103 de ellos invitados por primera vez, lo que nos lleva a pensar en el papel que desempeña la Bienal de Venecia en el descubrimiento de nuevos artistas. Se ocupan dos sedes principales: los Giardini, la locación tradicional de la Bienal desde su primera edición que consta de distintos pabellones con piezas de varios países, y el Arsenale, lugar de antiguos astilleros y almacenes de abasto para los venecianos.
Además, hay muestras colaterales en varios palacios, institutos y exconventos. En total, se montaron 86 exposiciones de los países participantes, además de 23 eventos paralelos como las bienales de danza, de teatro, de cine y también de música. La Bienal rodeada de bienales. Una fiesta de las artes en Venezia durante siete meses que terminará el 20 de noviembre.
Venecia es única, amable como nunca, limpia y reluciente como una novia, hospitalaria y siempre enigmática. Sus callejuelas, pórticos y sotoporteghi nos despiertan la imaginación y nos preguntamos quién habrá vivido aquí, cómo eran esas mujeres que se subían a las góndolas en tiempos de Casanova, cómo eran el carnaval, la humedad helada del invierno y los pesados vestidos con el calor de verano.
Venecia es femenina, enérgica y silenciosa por la ausencia total de automóviles. También es humana y presenta una calidez inesperada. Se oye todavía el dialecto véneto entre la gente local, que es muy parecido al español. Aunque se habla en toda la región del Véneto, aquí en Venezia logra su mejor expresión, ya que el silencio que impera en la ciudad contrasta con las voces de sus habitantes.
Los venecianos triunfan sobre el agua y vencen la amenaza constante de la corrosiva marea alta; el abasto se hace en barcazas y a pie en diablitos. Todos días llegan los visitantes de todas las nacionalidades a esta ciudad, sin duda una de las más fotografiadas del mundo. Pero sus habitantes están listos para recibirlos siempre con el sentido del humor y la palabra agradable que los caracteriza, para que el visitante se sienta atraído y a gusto en esta cultura profunda y antigua.
Esta bienal, Viva Arte Viva 2017, está inspirada justamente en esa calidad humana y celebra la habilidad de los hombres para evitar, a través del arte, ser doblegados por los poderes que dominan al mundo de hoy. Según Christine Marcel, “En un mundo en que la parte más esencial del humanismo está en peligro, el arte es el último espacio para la reflexión, la expresión individual, libertad y finalmente, en donde se pueden generar las preguntas fundamentales”.
En el Arsenale encontramos la obra de Claudia Fontes (Argentina) titulada El problema del caballo, una instalación en una escala mayor al tamaño natural en la que la artista hace una reflexión acerca del papel del caballo en la historia de la humanidad, de cómo ha sido sustituido por máquinas, automóviles y motores para quedar prácticamente reducido a un ornamento utilitario para desfiles y eventos sociales.
Fuera del programa de la Bienal, el artista el artista británico Damien Hirst ocupa los dos recintos recientemente adquiridos y acondicionados para hospedar piezas de arte por la fundación del magnate François Pinault: Palazzo Grassi y el Museo Punta della Dogana. Tesoros del naufragio del ‘Increíble’ nos recibe en el patio del Palazzo Grassi con un coloso de 18 m de altura, sin cabeza, con corales, conchas y algas pegadas a su piel. A lo largo de la exposición vamos encontrando figuras –como una de Nefertiti– joyería, cubiertos, vasijas y cráneos de animales mitológicos casi totalmente cubiertos de fauna y flora marina característica de los arrecifes.
Pantallas gigantes nos muestran fotografías de buzos desenterrando del fondo del mar estas piezas, que se supone son el rescate del tesoro de la nave Apistos (‘increíble’ en griego antiguo), que se hundió hace 2000 años en las costas de Zanzíbar. Todo parece verdad a ojos del espectador hasta que aparece una fotografía de un buzo cargando un Mickey Mouse que unos metros después veremos expuesto. La realidad y la mitología en juego.
Inclusive una maqueta de la nave con los tesoros dentro nos recalca y recuerda que estamos frente a un cuento de Hirst, que como dijo a la prensa a propósito de los precios de las piezas, que oscilan entre 450,000 y 4 millones de euros, ”No es una iniciativa comercial, se trata de mostrar el arte que me gusta”.
Otras exposiciones de la Bienal son la obra en vitroblocks de Pae White en la isla de San Giorgio, una serie de fotografías de Shirin Neshat llamada The Home of My Eyes y la colección de cerámica Life in the Folds del mexicano Carlos Amorales.
Paolo Baratta, el presidente del Consejo Directivo de la Bienal de Venecia, comentó: “La 57ª Exposición Internacional de Arte introduce un desarrollo más, como si lo que siempre ha sido nuestro principal método de trabajo —encuentros y diálogo— se convirtiera ahora en el tema mismo de la exposición: la Bienal de este año está dedicada a celebrar, a dar las gracias, incluso, por la mera existencia del arte y los artistas, cuyos mundos expanden nuestra perspectiva y el espacio de nuestra existencia”.
El año que entra, será la Bienal de Arquitectura, del 26 de mayo al 25 de noviembre, y en mayo de 2020, una vez más, la Bienal de Arte. Vale la pena ir pensando en esta visita para llenarse los sentidos y el alma de sensaciones y nuevas formas de ver el mundo desde una perspectiva artística. Recomiendo ir cuando hay menos turismo, usualmente antes del 15 de julio y después del 15 de septiembre.
Texto y fotos por Ignacio Urquiza