El Resurgimiento de la fabulosa Epopeya Del Oro Verde
En la península, rodeada por dos mares, desde siempre crece un agave sagrado que los mayas llamaban Ki. Zamná, sacerdote de Chichén Itzá, instruyó como obtener de sus hojas las fibras que servían para jarcias, cordeles, bolsas y hamacas. El tiempo y los trastornos de la historia lo llamaron Henequén y al principio del siglo XIX se volvió el “Oro Verde” de Yucatán, y se utilizaba para fabricar las cuerdas para los barcos o bien tapetes y bolsas. Empezó el auge de la península, las grandes familias aumentaban sus fortunas, construían unas imponentes mansiones en el paseo Montejo de Mérida y sus haciendas ganaderas se volvían henequeneras. El material se exportaba por el puerto de Sisal y los mercaderes de otros mundos lo llamaron de igual manera. Los barcos llegaban cargados de tejas de Marsella para estabilizarlos y regresaban llenos de henequén. Esas tejas se utilizaban en las casas y en las haciendas.
Llegaron invitados gloriosos como la Emperatriz Carlota, Catherwood, Stephens y Porfirio Díaz. Al principio del siglo XX, el Oro Verde perdió su poder porque la planta sagrada de los mayas se sembraba bajo otros cielos, las fibras sintéticas aparecieron y las haciendas fueron abandonadas, cayendo en ruinas y olvido.
Hoy en día surgió un nuevo oro llamado turismo; y la riqueza de la península son sus pirámides, pueblos, conventos, cenotes, tradiciones y su gente. Algunas haciendas han sido convertidas en hoteles de gran encanto y lujo, resurgiendo el romanticismo de esos lugares sagrados e invitando a un recorrido fascinante entre sus viejos muros.
Temozón
Después de visitar en el camino los antiguos cascos de haciendas y las casas de los peones, alcanzo la reja monumental y entro por un camino adornado de palmas reales. Surge el imponente edificio de la hacienda, vestido de color rojo y adornado de arcos alzados sobre un muro que llora una cascada artificial. Mi alma vaga en el recuerdo de su pasado, me ensamblo a su seductor ambiente al subir los escalones y descubro la terraza, la biblioteca, la casa del patrón transformada en lujosa suite con alberca privada. Muebles que vienen de otro tiempo invaden mi época y desde el restaurante, a través de sus arcos, descubro la alberca coronada por la antigua sala de máquinas.
Me siento como dentro de una novela de Stendhal o Lamartine en el trópico, camino por los jardines, los muros me hablan del pasado, las suites me cuentan historias de amores míticos que tal vez nunca existieron, acompañados por el murmullo del agua. La noche me sorprende en la selva, siguiendo los viejos rieles que traían los pequeños vagones cargados de hojas de henequén. La cena reluce con la exquisita combinación de platillos aromáticos y la luna enciende el escenario.
Gozo de un masaje maya adentro del cenote, paseo a caballo, visito el pueblo y la capilla de la hacienda, leo a la sombra en el borde de la alberca. Temozón me entumece, me seduce, y me lleva por las huellas del auge del Oro Verde. Visito Uxmal, los pueblos de Muna, Oxkutzcab, Tekax y la hacienda de Tabi y las grutas de Loltun.
Hacienda de san José Cholul
Cerca de Mérida, atravesando un bosque misterioso, alcanzo el edificio romanesco. Al penetrar por el sendero, descubro los arcos que albergan el restaurante mientras que el otro lado de ese jardín encantado se adorna de viejos edificios de colores vivos. Al fondo, la casa del patrón avecina la antigua capilla y bajo el sol del trópico brilla una inmensa alberca donde una hamaca vacila a la sombra de una palapa. Aquí la selva le gana terreno a las construcciones, amarrando sus torcidas raíces entre las piedras y las cabañas mayas son suites de lujo. Se conserva el encanto de antaño, creando un nido romántico de ambiente cambiante según el alumbrado del sol o de las velas.
El tiempo se desliza como las hojas que caen con la brisa y me invita a un paseo en bicicleta, a caballo, o bien a un masaje. El coche me lleva a descubrir el convento de Izamal y su pirámide, Mérida, o Chichen Itza. San José Cholul seduce por su magia chamánica.
Santa Rosa
Después de descubrir que la hacienda de Ochil que se ha convertido en un fascinante centro cultural, alcanzo Santa Rosa al atardecer. El sol baja y atravesamos el pueblo hasta esa soberbia fachada azul con una larga hilera de arcos cerrada por la capilla ocre. Sueño despierto que llego a mi casa, los arcos de la biblioteca me sonríen al bailar con su reflejo en la piscina, la gente me abraza, la cena está servida y mi habitación, inmensa y cálida, se esconde en el edificio de las máquinas en medio de una selva lujuriante. Me instalo en la terraza viendo pasear la luna por los arcos como en el tiempo del Oro Verde. Paseo por el jardín botánico donde las plantas locales me hablan de cómo curan o aromatizan, nado en el agua fresca por debajo de los arcos que ahuyentan el sol, camino por el pueblo para conversar con las señoras y visito las haciendas cercanas como Chunchucmil, donde el dueño organizó una gran fiesta para la visita de Porfirio Díaz y la vía de tren para traerlo, hasta llegar a Celestún y admirar los flamencos rosados.
Puerta Campeche
En la puerta de tierra de Campeche, detrás de la muralla que protege la ciudad colorida con su catedral, sus bastiones y fuertes, el hotel Puerta Campeche se ríe de las normas, usando las ruinas de las casas como puentes sobre la alberca que se enmaraña en puertas y ventanas fantasmas. Su aljibe retumba con los asaltos de los piratas, su cocina regala los sabores de la ciudad encanta- dora y las suites hechizan como el amor de la doncella por su pirata.
Seducido y hechizado por esas haciendas escucho a sus muros hablar del pasado a la sombra de las tejas de Marsella, entre la selva y la historia de un glorioso pasado. Es un regalo asombroso de la península de Yucatán, una invitación a conocer su calidez romántica, paseando bajo sus arcos coloridos donde juguetea la luna. El Oro Verde nos ha dejado un legado para saborearlo al ritmo de una hamaca que se menea entre dos épocas, al son de su gloria y de su nuevo auge.
Más información: www.thehaciendas.com