La geometría natural se transforma en portales, donde la escultura es un lenguaje vivo. Su obra no solo se observa, se habita. 

Nacido en Ciudad de México, criado en Colombia y radicado en Barcelona, Mario Rodríguez Echeverry es un artista multidisciplinario, cuya práctica abarca pintura, escultura, instalaciones y medios digitales. En su observación del paisaje natural encuentra la persistencia de una línea ondulante que atraviesa montañas, cauces y crea fisuras para dar vida a obras que muestran portales donde la materia envuelve a quien observa. 

Desde su serie Portals, en la que explora la dualidad entre luz y materia, hasta sus instalaciones sensoriales alrededor del mundo —en Valletta, Estambul, Inota, Pekín y la creación especial del emblemático rayo de Casa Hotbook—, Mareo invita a atravesar la obra, a sentirla desde la intuición más que desde la razón y a permitir que se transforme la percepción de la materia y del propio espacio.

¿De dónde nace tu necesidad de crear?
De una intuición profunda, de una necesidad de expresión y de conexión con aquello que aún no tiene forma. Desde siempre he sentido una resonancia con las fuerzas minerales y elementales de la naturaleza. En ellas percibo los mismos procesos que atraviesa el ser humano: transformación, tensión, expansión, vacío. Crear es mi manera de dar cauce a esa energía, de escuchar lo que se mueve en lo invisible y permitirle aparecer en el mundo.

Cuando la luz atraviesa tus esculturas, parece cobrar vida. ¿Qué significa ese diálogo entre la materia y la energía?
La materia representa para mí lo denso, lo físico, lo terrenal. La luz es su contraparte: lo etéreo, lo sutil, lo intangible, lo divino. Cuando ambas se relacionan, busco que la materia cobre energía, que aquello que parece inerte revele su vibración interna. La luz funciona como un principio vital que anima la forma. Es el encuentro entre cuerpo y espíritu, entre lo visible y lo inmaterial. Allí es donde la obra respira.

¿Cómo conceptualizas la dualidad entre luz y sombra en tus creaciones?
No las entiendo como opuestos, sino como partes inseparables de una misma experiencia. La sombra hace visible la luz y la luz revela la profundidad de la sombra. En esa interacción aparece la conciencia. En mi trabajo, la dualidad no expresa conflicto, sino relación, un puente para percibir la esencia de lo real.

Has mencionado que las fisuras son puertas hacia lo desconocido. ¿Qué hay del otro lado?
Lo indeterminado. Ese lugar donde lo que somos y lo que podemos llegar a ser se encuentran. Las fisuras representan momentos de transición entre estados, identidades o dimensiones. No se trata de controlar o entender lo que hay detrás, sino de abrirnos a atravesarlo.

Hablemos de la obra lumínica que diseñaste para Casa Hotbook. ¿Cómo fue el proceso desde la concepción hasta la elección del espacio?
La obra nació de observar la arquitectura y sus tensiones. No quería que fuera un objeto añadido, sino una manifestación que pareciera emerger del propio espacio. Trabajé a partir del contraste entre la geometría estructural de la casa y la energía orgánica del rayo. La ubicación fue clave: situarla en el eje de la escalera, debajo del tragaluz, no fue solo una decisión estética, sino simbólica. Ese punto funciona como un canal vertical de energía, un eje que alimenta y envuelve la casa. Allí la luz no decora, activa. Transforma la circulación en experiencia, convirtiendo la casa en un organismo que respira a través de esa fisura luminosa.

La instalación en Casa Hotbook fue un ejercicio de integración, no busqué intervenir la arquitectura, sino revelar una energía latente en ella. Fue una invitación a percibir la luz como presencia orgánica, como una fisura que respira, un portal capaz de transformar la experiencia de habitar.

En la serie Portals aparece la línea ondulante. ¿Qué representa esa forma que se repite?
Es flujo continuo, un pulso. Representa el movimiento vital en expansión y contracción. Es una metáfora del viaje interno del ser: nunca es lineal, siempre es curva, ascenso, descenso, transformación. Además, es una forma que reconocí repetirse en numerosos patrones de la naturaleza: los contornos de montañas, los cauces de ríos, las fisuras en las rocas, los rayos, las placas tectónicas. Es como una firma que la naturaleza utiliza para expresarse. Trabajar con esa forma es dialogar con un lenguaje primordial, una geometría viva que atraviesa todos los niveles de la existencia.

¿Cuál es el papel del movimiento en tus obras?
Es el principio que anima la forma, incluso cuando el material está quieto, la luz o la composición sugieren desplazamiento. El movimiento invita al espectador a relacionarse con la obra, a recorrerla con la mirada o con el cuerpo. Es lo que convierte la contemplación en experiencia.

¿Por qué eliges la abstracción como lenguaje?
Permite acceder a lo esencial, la figura remite a lo conocido y abre un territorio para lo que aún no tiene nombre. Busco relacionarme con la energía antes de que se convierta en forma reconocible, la abstracción es ese umbral donde la percepción se vuelve interior.

¿Qué buscas cuando llevas tu obra de un formato íntimo a una experiencia inmersiva?
Que la obra deje de ser un objeto y se convierta en paisaje. La experiencia inmersiva permite una relación corporal y sensorial con el espacio, allí la obra no se mira, se habita, se convierte en atmósfera y respiración.

¿Qué sucede cuando el espectador deja de observar la obra desde afuera y pasa a ser parte de ella?
La obra se completa. El espectador se vuelve parte activa del espacio, en ese momento se despierta la conciencia del propio cuerpo en relación con la obra y con el entorno. Ya no se trata de contemplar algo exterior, sino de reconocerse dentro de una experiencia.

Has presentado Portals en lugares muy distintos, desde Malta hasta Inota. ¿Cómo influye el contexto en tu práctica?
Cada territorio tiene una vibración particular: su luz, su topografía, su memoria, su arquitectura, pero también está la relación humana. En cada viaje, el diálogo con las personas que habitan esos lugares revela nuevas capas de sentido. Siempre encuentro un punto común, una vulnerabilidad compartida, una búsqueda esencial que todos tenemos en el fondo: la necesidad de luz, de evolución, de transformación. No se trata solo de situar una obra en un contexto, sino de escuchar lo que ese mismo y sus habitantes revelan, y permitir que la obra se transforme a partir de esa resonancia.