Actriz intuitiva y conectada con sus personajes, su trabajo se mueve con soltura entre la comedia, el drama y los territorios emocionales complejos. 

Mariana Treviño reflexiona sobre su evolución artística, la importancia de la intuición en su proceso creativo, y los desafíos que aún sueña enfrentar en la pantalla. En su más reciente proyecto, Stick, la actriz mexicana vuelve a demostrar que la comedia más honesta nace del dolor y la fragilidad humana. 

¿Recuerdas el momento preciso en que supiste que querías dedicar tu vida al medio artístico? 

Cuando estudié danza contemporánea en la Escuela Superior de Música y Danza Carmen Romano fue cuando realmente empecé. Después de clases, me iba todas las tardes a bailar a este exconvento en Monterrey. Estar rodeada de música y expresión corporal, caminando por sus pasillos iluminados de manera especial, me hizo sentir que ese era el camino que debía seguir. Tenía 14 años, y desde entonces, hasta los 18, fue el periodo que definió mi rumbo artístico. 

Cuando miras hacia atrás, ¿qué ha cambiado en tu percepción sobre la actuación?

Me costó entender que la actuación también es una carrera para vivir de ella. Todo se fue dando de forma orgánica, como seguir pistas de la vida. Estudiando Literatura en la UNAM, me crucé con Gerardo Mancebo, un actor que admiraba. Tiempo después, Ana Francis Mor me llamó para cubrir una función suya. Iba a ser un día y se volvió una temporada. Ahí sentí que ese era mi camino.

¿Qué papel ha jugado la intuición a la hora de elegir tus personajes a lo largo de estos años? 

La intuición aparece una vez acepto el personaje, cuando empiezo a descubrir quién es, incluso si al principio no sé bien por qué lo elegí. No hay fórmula, así que todo se revela poco a poco como un gesto, un recuerdo, un corte de pelo. Con Isabel, en Club de cuervos, por ejemplo, en la regadera recordé el look de mi tía Cristina y supe que ese debía ser su estilo; lo propuse y se volvió tan parte del personaje que ya no me dejaron cambiarlo. Así, la intuición se alimenta de lo que percibes y has vivido, y con eso construyes.

La comedia requiere un equilibrio delicado entre ritmo y honestidad emocional. ¿Cómo encuentras ese punto donde la risa conecta con algo más profundo?

La comedia siempre está sobre algo trágico o dramático para quien lo vive. Por eso es fácil que aparezca algo más profundo porque eso es lo que la nutre. Es una forma por fuera, pero adentro muchas veces hay una herida, colectiva o personal, algo que se ve chistoso porque no encuentra otra forma de expresarse. Es la humanidad en lo incómodo de ser humano, en no saber estar y tratar de descubrirlo.

Desde lo personal, ¿cómo vives la transformación entre la tragedia y la comedia?

Conforme vas trabajando las escenas, los personajes te van llevando a esos momentos donde la vulnerabilidad se hace más evidente o donde tú como actriz llegas a un punto emocional. Siempre trato de hacer una lectura que a mí también me conmueva de quien esté interpretando y tiene que ser algo orgánico. Si el director quiere que en cierto momento se dé algo específico, entonces sí se vuelve más meticuloso, más pensado. Pero si no, simplemente te va llevando.

¿Qué fue lo que te atrapó de Stick cuando leíste por primera vez el guion? 

Todo se dio muy rápido. Me quedé en el casting sin haber leído nada, tenía que volar y me robaron el pasaporte con la visa y casi pierdo el trabajo porque no tenía cómo viajar. Llegué sin saber bien de qué se trataba el personaje ni la historia, tuve que descubrirlo ahí. Pero lo que me atrajo fue justo eso, que todo fue tan sorpresivo. Y trabajar con Owen Wilson fue un placer. Es un actor muy auténtico, muy diferente, un alma rara. Su comedia es muy humana y verlo trabajar fue una experiencia increíble porque además se mantiene muy genuino en ese medio. 

En la serie, la comedia surge de situaciones cotidianas dentro del mundo del golf. ¿Cómo encontraste el humor en escenas que, a primera vista, podrían parecer serias?

La comedia surge cuando personas de mundos distintos intentan convivir; en ese intento por entenderse, aparece lo cómico, como en la vida real, donde conoces a alguien y piensas “qué personaje”. En la serie pasa eso. Aunque no esté haciendo comedia todo el tiempo, Owen tiene una luz muy particular: su autenticidad y vulnerabilidad hacen que su humor sea profundo y natural. Como actores, aprendemos observando cómo otros se conectan y enfrentan las escenas; la actuación es acercarse una y otra vez hasta que todo encaja y sucede algo real.

¿Cómo es para ti el proceso de contar historias?

Somos un punto de convergencia entre lo material y lo intangible: el cuerpo, las acciones, lo cotidiano, pero también todo eso que no se ve, lo que sentimos, lo que nos atraviesa. Y eso es justo lo que me interesa como actriz, poder darle un lugar a esa complejidad, a esa mezcla entre lo visible y lo invisible. 

Como decía el maestro Quintanilla, no se trata de representar la vida, sino de capturarla en su momento de representación. Me encanta cómo la cámara tiene esa capacidad de entrar en la intimidad, de revelar esos momentos mínimos que suceden aunque nadie los esté viendo, pero que son profundamente humanos. Esos gestos que, cuando logras capturarlos, conectan con otros. 

Recuerdo que una de las primeras veces que sentí esa potencia del cine fue viendo Filadelfia, con Tom Hanks. Sentí que su actuación abrió una conciencia colectiva; salimos del cine distintos. Y eso es lo que me conmueve de contar historias: poder generar esa transformación.

Al interpretar distintos personajes, ¿te ha pasado que descubres algo de ti misma que no habías notado? 

Sí, porque finalmente trabajas con tus propios contenidos y con tu alma. Lo que seas capaz de expresar, o no, y conectar con algo verdadero en ti. Pienso que todos los personajes que te toca hacer son parte de una verdad que uno tiene. Por eso te buscan, por eso quieren que tú les des voz. Finalmente, siempre eres tú interpretando ese otro ser a través de ti. Y claro que es una transformación. Cuando uno se conecta con la experiencia del otro, también tú te transformas, transformas tu visión. 

¿Consideras que, al terminar un proyecto, algo de ese personaje o experiencia se queda impregnado en alguna capa de tu personalidad?

Te preguntas “¿Qué pasa con mi ser? ¿Cómo recibe esa información y cómo se queda ahí?”, y sí, creo que uno debe cuestionarse eso. Por eso pienso que es sano tratar de no aferrarse a los personajes que uno ha hecho. A veces piensas que ya los dejaste atrás y, de pronto, vuelven, como Isabel, que reaparece con nuevas generaciones. Entonces te das cuenta: hay personajes y proyectos que simplemente se quedan contigo. 

Cuando estábamos hablando de los papeles con los que se te suele vincular, ¿Consideras que hay alguno que se ha convertido en un paradigma para ti? 

Sí, a veces te encasillan en ciertos papeles, pero muchos actores soñamos con seguir explorando. La comedia, por ejemplo, nace de lo trágico cotidiano, de esa fragilidad e inseguridad que todos sentimos. Y al darte cuenta de lo cerca que están los géneros, quieres probar más. Hoy, el drama incluye muchos tonos, como en Club de cuervos o en Stick, donde hay comedia, pero también momentos conmovedores. Me encanta habitar ese espacio, aunque aún no he hecho un drama puro, y me encantaría hacerlo cuando llegue el momento.

Más allá de la comedia, ¿qué aspecto descubriste en tu personaje en Stick que te permitió conectar de manera más profunda?

Aunque no tengo hijos, interpretar madres me ha permitido explorar un arquetipo universal y emocionalmente complejo. Me atrae esa figura que, queriendo hacer lo mejor, puede equivocarse y afectar profundamente a sus hijos. En Stick conecté con esa vulnerabilidad, con la incertidumbre de no saber cómo acompañar emocionalmente, y con la incomunicación que a veces surge incluso desde el amor. Todo eso lo vuelve un terreno fascinante para explorar.

¿Qué te aporta trabajar en proyectos que cruzan fronteras y culturas?

Es muy gratificante ver que, aunque el arte es el mismo en todos lados, las costumbres varían. Los gremios son los mismos y las personas hacen lo mismo, pero siempre hay diferencias culturales que enriquecen la experiencia. El trabajo que realizamos es siempre algo que viene de nuestra esencia y para seguir generando algo vivo debemos nutrirnos constantemente. Observar y aprender de esos nuevos contextos y personas es lo que permite seguir creando desde un lugar auténtico y verdadero.

El humor en Stick también se apoya mucho en la interacción entre personajes, ¿cómo trabajaste esa química con el elenco? 

La química se construyó dentro y fuera del set, compartiendo momentos que nos ayudaron a conocernos mejor. Owen, además de actor, fue un productor muy presente, siempre pendiente de cómo estábamos, y Jason Keller, el creador, también fue cercano y nos dio mucha retroalimentación. La relación entre elenco y equipo fue muy fluida, sin jerarquías marcadas, lo que hizo todo más ameno. Trabajamos con diferentes directores por episodio, como John Andrew, David Dobkin o Valerie Faris, lo que hizo el proceso muy dinámico, con estilos distintos y un ritmo acelerado. A pesar de la rapidez, fue un rodaje muy disfrutable.

Si pensaras en el próximo papel que sueñas interpretar, ¿qué características tendría para desafiarte de una forma que aún no has explorado?

No suelo elegir papeles demasiado oscuros, no por prejuicio, sino porque no siento la necesidad de generar esas emociones en mí. Aun así, me interesa explorar los claroscuros humanos, el conflicto, las decisiones equivocadas, la inconsciencia. Ese drama alimenta nuestras historias. Estoy abierta a papeles que me desafíen, siempre que sienta que tengo dentro de mí lo necesario para darles voz con honestidad.

Entrevista por: Isabel Flores

Fotos: Cortesía de Guillermo Khalo