Su clima atrae, su misticismo seduce, su peculiaridad medieval conquista y su ambiente jet set instala a los europeos en suntuosos riads.
El tren recorría las planicies quemadas, observaba a la gente y me sumergía en mi mundo. Regresaba a mi tierra después de cinco años, el corazón lleno de recuerdos y de la historia de mis antepasados. Instalados en Argelia desde 1850, emigraron a Marruecos en 1911 para instalarse en Marrakech, y hoy era un regreso para vibrar con mi gente al ritmo del recuerdo y del presente.
Marrakech es una ciudad imperial fundada en 1062 por Yusuf ibn Tahfin, donde antes solo habitaban unos bereberes, una ciudad donde esos almorávides construyeron medersas (escuelas coránicas), mezquitas y palacetes, exuberantes jardines, el palacio real y la protegieron con una muralla de tierra roja. Su gran importancia se debió al hecho de encontrarse en la ruta de las caravanas hacia el África subsahariana y su comercio de esclavos y oro. En su Plaza de Yamaa el Fna, el ambiente medieval vibraba con cuentacuentos, encantadores de serpientes, brujos y médicos, vendedores de todo, acróbatas. Fue arrasada por los almohades mientras Fez se volvía la capital, pero en el siglo XVI volvió a ser la capital bajo el mando de los saadíes, lo que provocó un gran auge de la ciudad con esplendor y palacios hasta que la guerra civil terminó con ella en 1668, cuando Moulay Rachid construyó su capital en Mequínez. El país se hundió hasta que los europeos establecieron un dominio colonial con el Tratado de Fez en 1912.
Mi abuelo Marius llegó con el mariscal Lyautey en 1911, conquistaron y pacificaron el país, instalaron a El Glaoui al mando de la ciudad. Venía de Argelia, donde conoció a mi abuela, y se instalaron en Casablanca y luego en Marrakech. La vida era suave; el clima, clemente, excepto en verano cuando el termómetro marca 45°; rodeada por un gran palmar de dátiles, construyeron su casa con jardín interno, al lado de la plaza. La independencia llegó, vivimos en Agadir, en Casablanca y hoy regresaba a mis raíces, cuna de mi historia.
La hermosa estación de tren me recibió, el caos de las calles me reclamó, el taxi me llevó a todo peligro a la orilla de la Plaza de Yamaa el Fna que atravesé. Los turistas peleaban con los artistas que cobraban por cada foto, otros se tomaban fotos con las serpientes en el cuello, mi plaza había cambiado. Los puestos de brochetas se habían multiplicado, los vendedores de agua ya no vendían agua sino su sonrisa para la foto, las mujeres pintaban las manos con henna a europeas, los blancos circulaban libremente en shorts, tirantes, semidesnudos, extravagantes y sin pudor en un mundo que peleaba por conservar su carácter medieval que lentamente se iba. Pasé junto a la calle de mis abuelos y entré en la medina, por los callejones que ahora parecían calles de París por la cantidad de occidentales que se paseaban; ya no había artesanos, solo tiendas de artesanías.
Desde los años 80 ha habido un desembarcó de extranjeros guiados por el mito del exotismo de las fiestas extravagantes de los millonarios de los años 30 y los intelectuales de los años 60, en busca de riads (palacetes con patio) en ruinas para restaurarlos y vivir como reyes, mientras en Europa vivirían en 70 m y sin dinero que alcance. Los precios han subido descaradamente, el esnobismo ha conquistado la medina, la mezcla de culturas no es un éxito, los extranjeros no entienden a los marrakechíes, los marrakechíes los ven como fuente de ingreso, el equilibrio no convence, el respeto no concurre. Estaba abrumado por ese ambiente de mundo occidental injertado en mis callejones sucios, llenos del olor de mi infancia.
Al final de un callejón sin salida empujé la puerta de madera, el Riad Enija se abrió como un sueño de cuento de Las Mil y Una Noches. El primer patio era un jardín fabuloso de grandes árboles, adornado por una arcada en cada extremo con columnas y muros decorados por zellige (mosaico construido por pequeñas piezas recortadas a mano para crear motivos geométricos), el aire de palacio se apoderaba del lugar. Le seguía un patio de color anaranjado donde reinaba una piscina al estilo romano, el pasillo llevaba a otro patio más suntuoso con vigas de madera de cedro labradas, ventanas con moucharabieh (celosías marroquíes), verdadero recinto elegante; un corredor tortuoso me llevó al último patio, también ricamente decorado. Me sentía el príncipe en su jaula dorada, había olvidado el tumulto de los callejones y la invasión de los occidentales, tomaba mi té de hierbabuena y soñaba con el pasado. Esa casa había vivido horas de gloria y de decadencia. Construida hace 280 años como palacio familiar, residencia del rey Kaid antes de ser de un comerciante de seda en 1890, cayó en ruina hasta ser renovada durante dos años para reintegrar su esplendor. Tiene belleza con encanto y el poder de regresar en el tiempo, era vivir la caída de Boabdil o la gloria de El Galoui. Soñaba mientras paseaba por los patios y salas, subí al techo para ver la medina dominada por las torres de las mezquitas y la Kutubía, y al fondo reinaba la silueta de los montes Atlas con sus cimas nevadas.
Pasé mis días caminando por los callejones, platicando con los vendedores que todavía no habían sido moldeados por los turistas, encontrándome con gente auténtica, mi gente. Me senté en la tienda de Nizar que vende especias, azafrán, aceite de argán, y me contaron cómo los artesanos que fabrican esos maravillosos objetos con alma se han ido porque se instalaron tiendas y nadie reconocía la destreza de sus manos, compraban arte barato. Luego platiqué con Mohamed, a quien conozco desde hace años y me contó cómo vendía sus hermosas alfombras a precios muy altos porque “los occidentales no saben regatear, no conocen ese juego que permite ser amigos, khouya (hermano) como tú y yo”. El fabricante de sfinges (donas marroquís fritas en aceite) intentó cobrarme una a 2 dírhams, pero cuando me oyó hablar en árabe, me bajó el precio a 1 y me regaló una más. Entraba en las tiendas para admirar los soberbios riads, conestuco labrado, madera de cedro y arcos, cada vendedor me ofrecía artesanía y platicábamos. Llegué al zoco fuera de la muralla donde vendían ropa, zapatos y electrónicos de segunda mano, al igual que verduras, comí en los pequeños restaurantes del zoco invadidos por turistas y donde me servían tajines exquisitos, cuscús soberbios o brochetas de carne con comino. Reencontraba mi pasado con los sabores.
Revisité los monumentos que habitan la medina: la Madraza de Ben Youssef del siglo XIV, con su elegante patio decorado con vigas de cedro esculpidas, la sala de oraciones con su mihrab, al lado de la mezquita. Junto se encuentra el museo de Marrakech, que fue el antiguo Mnebbi construido al final del siglo XIX por el gran visir del sultán, con su patio central con fuente, sus salas laterales, su hammam o baño, su decorado morisco y muebles de cedro. Restaurado por Omar Benjelloun, alberga una interesante colección de objetos de cobre martillado, armas, joyas bereberes y vestimentas. Enfrente se alza la cúpula Ba’adiyn, único monumento que queda del tiempo de los almorávides. En el Palacio de la Bahía de final del siglo XIX me impresionaron los techos de madera pintada,los patios y el hammam, lo mismo que en Dar Si Said con su jardín interno fresco y animado por una fuente.
El Palacio Badi, antiguo palacio cuyas paredes estaban cubiertas de oro traído de Tombuctú, de mármol y piedras traídas de la India, es solo una ruina de adobe donde se instalan festivales, y su esplendor donde se escuchaba el murmullo de las fuentes y el canto de los pájaros en los jardines se ha desvanecido con el tiempo. El zoco de las especias olía a hierbas y jabones, aceite de argán y menta y se sitúa en el Mellah, antiguo barrio judío cuyo nombre significa “lugar de la sal” (debido a que los judíos tenían el monopolio de la sal) y en el que se encuentran casas con balcones a la calle, una sinagoga y un cementerio. Mis pasos me llevaron a la Kutubía, esa mezquita que alza su imponente minarete que data del siglo XII y que fue modelo para construir la Giralda de Sevilla y la torre Hassan de Rabat. Cuenta con 77 m de alto, de su antiguo decorado no queda nada más que ladrillos, de su cima se lanza la voz del muecín a la hora del rezo. Visité el Palacio Dar el Bacha, antigua residencia del temible Thami El Glaoui, el magnífico hotel La Mamounia, que es un edificio histórico donde se ha alojado mucha gente famosa. Una mañana temprano para evitar las manadas de turistas, entré en el recinto de las tumbas saadíes, al lado de la Mezquita de la Kasbah. Halladas en los años 20, son un tesoro. Las tumbas reales son unos bellos monolitos de mármol y a esa hora es un placer caminar por ese jardín de la historia. Caminé por la muralla, cerca de la entrada del inmenso palacio real, casa del rey Mohamed VI cuando visita la ciudad, después de eso visité la Plaza de Yamaa el Fna, el corazón de la medina, donde acaban todos los caminos. Esa legendaria plaza conserva todavía su ambiente medieval y su concepto misterioso. Al amanecer es un desierto de asfalto, solo quedan los esqueletos de los puestos de comida, jugos o vendedores de frutas secas. A medida que va subiendo el sol, se va animando, unos empiezan a servir desayunos y comidas, las mujeres que pintan pies y manos con henna se instalan, los vendedores ambulantes siguen, los brujos y vendedores de medicinas tradicionales y muchos afrodisiacos llegan, los “dentistas” venden dentaduras postizas, y cuando el sol va cayendo detrás de la Kutubía aparecen los malabaristas, músicos, juglares, encantadores de serpientes, gnawas y una multitud de espectadores, se eleva el humo de los restaurantes temporales que en ese momento ya están fijos. La música, el ruido y el tumulto son intensos, los turistas pasean, ven a los cuentacuentos sin entender sus chistes que buscan la risa del público y muchos se refugian en los cafés que rodean la plaza para vivirlo de lejos, sin ser absorbidos. Es verdadera magia surgida del pasado y la tradición, con su autenticidad decorada por decenas de caras occidentales que no integran del todo su ambiente medieval.
En la Casa Majorelle, que construyó el pintor Majorelle en los años 20 y fue comprada por Yves Saint Laurent en los años 60, visité la colección de arte islámico, las litografías del pintor y el jardín botánico con plantas exóticas y fuentes. Muy cerca, en el cementerio europeo, visité la tumba de mis abuelos y bisabuelos para contarles mi vida, caminé por las calles de la Ville Nouvelle, creada por los franceses en los años 30 con sus amplias avenidas, sus edificios de color rojo, el Guéliz antiguamente se adornaba de casas con jardines y es el lugar de grandes hoteles, l’Hivernage con sus casas, el teatro de la ópera y el palacio de congresos. Esa parte de la ciudad vibra a un ritmo diferente, con claxon y tráfico, decidí refugiarme en los Jardines de la Menara, un gran jardín de olivos con un gran estanque adornado por un pabellón morisco con tejado verde que se refleja en el agua donde nadan unas enormes carpas y a lo lejos se alzan los montes Atlas, creados en el siglo XII por los almohades, restaurados por los alauitas en el siglo XIX, jardines totalmente encantados.
Visité varios riads restaurados como casas de huéspedes, de diferentes niveles y belleza secreta (Dar Cherifa es una galería de arte y librería instalada en un riad del siglo XVI), caminé por los callejones hasta embriagarme de sus olores, de sus encuentros, de las amistades que creaba en cada plática con la gente que ofrecía su alma, disfrutando las miradas, los tajines, las brochetas, el cuscús.
En viajes anteriores he ido a las montañas para caminar el hermoso valle de Lourika, esquiar en Oukaimeden, hospedarme en Kasbah Tamadot (propiedad de Richard Branson) en el valle de Asni, explorar el valle del Tizi n Tess o el que lleva a Ouarzazate, descubrir el folklor en Chez Ali, todas actividades que deben hacerse alguna vez en la vida y muy recomendables. Esta vez solo quise sumergirme en el sabor de Marrakech y logré sentir las vibraciones que provoca la ciudad, acariciar su piel, deslizarme sobre su alfombra mágica que me transportó al pasado, arrullar los muros de sus mezquitas y de la muralla y bailar al ritmo de las conversaciones. Marrakech ha cambiado, se ha proyectado en el siglo XXI con su cola medieval, sus ventanas al pasado, sus imágenes de gloria esfumada a la sombra de un suntuoso palacio real que se esconde detrás de unos altos muros. Ojalá los ecos de las fiestas que explotan en los riads de la jet set europea no destruyan el sabor de un Marruecos antiguo que sobrevive ante un futuro cambiante y acelerado. Marrakech es una simbiosis con nuevo camino, su encanto seduce, su misterio perdura, su belleza estalla, su cuento se sigue cantando y Aisha Kandicha —el temible diablo que seduce a los hombres y los vuelve locos— sigue aterrorizando los callejones. Marrakech revienta con sabor y belleza folklórica.
CUÁNDO IR
La mejor temporada es de febrero a mayo, en el verano el calor es muy fuerte y el termómetro puede llegar a 45°. De octubre a diciembre el clima es muy agradable, también; de diciembre a febrero puede ser lluvioso.
[toggle Title=”DÓNDE DORMIR”]
Riad Enija
D. Rahba Lakdima, Derb Mesfioui 9
T. +212 524 440926, +212 524 440014
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[toggle Title=”DÓNDE COMER”]
Dar Moha
D. 81 Rue dar el Bacha, Medina
T. +212 524 386400
La Villa des Orangers
D. 6 Rue Sidi Mimoun – Place Ben Tachfine
T. +212 524 384638
La Maison Arabe
D. 1 Derb Assehbé Bab Doukkala
T. +212 524 387010
Chez Ali
Cena majestuosa con show folklórico
D. la Palmeraie de Marrakech, ruta de Casablanca
T. +212 524 307730
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[toggle Title=”QUÉ HACER”]
Hammam, es el baño tradicional, con su masaje usando el método ancestral
Hammam Dar el-Bacha
D. 20 Rue Fatima Zorha
Hammam Bab Doukkala
D. Rue Bab Doukkala
Le Bain Bleu
D. 32 Derb Chorfa Lakbir Mouassine
T. +212 524 383804
La Sultana Spa
D. 403 Rue de la Kasbah
T. +212 524 388008
[/toggle]
[toggle Title=”MUSEOS”]
Madrasa Ben Youssef
D. Kaat Benahid
T. +212 632 251164
Museo de Marrakech
D. Place Ben Youssef
T. +212 24 44 18 93
Palacio de la Bahía
D. 5 Derb el Arsa Riad Zitoun Jdid
T. +212 524 389511
Palacio El Badi
D. Ksibat Nhass
T. +212 661 350878
Tumbas Saadíes
D. Rue de La Kasbah
T. +212 627 286742
Dar Cherifa
D. 8 Derb Chorfa Lakbir, Mouassine
T. + 212 524 426463
Jardín Majorelle
D. Rue Yves Saint Laurent
T. +212 524 313047
Maison Tiskiwin
D. 8 Rue de la Bahia
T. +212 524 389192
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[toggle Title=”TIPS”]
El regateo es básico. Empieza con la mitad del precio pedido, son magníficos comerciantes para convencerte de comprar.
Usa taxi con taxímetros.
Bebe agua embotellada y come en lugares higiénicos.
No es necesaria ninguna visa.
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