Fallece a la edad de 79 años el artista plástico oaxaqueño Francisco Toledo. Toledo es considerado uno de los mayores artistas mexicanos; además, posee un gran reconocimiento a nivel internacional.
Nació en Juchitán, Oaxaca e inició sus estudios artísticos a los 14 años en el taller de grabado de Arturo García Bustos. Se caracteriza por retratar animales que no se relacionan comúnmente con la belleza: murciélagos, insectos, iguanas, sapos, monos, tortugas, lagartos, venados, conejos, peces, cabras y vacas; animales que estuvieron muy presentes en su infancia y que en sus obras conforman una especie de zoología fantástica, que en ocasiones es monstruosa y en otras antropomorfa.
“Tal vez dibujé a los diez años. Recuerdo las tareas de la escuela. Recuerdo que alguna vez pinté sobre las paredes de mi casa. Dibujaba allí y mi papá, cuando llegó el tiempo de pintar nuestra casa, respetó mis cosas. Cuidaba mis cosas porque no puso pintura sobre la pared donde yo había dibujado… Cuando llegué a Oaxaca a mi familia le dijeron que ‘este muchacho dibuja’. Por cierto, hubo una exposición de arte mexicano y fue la primera vez que vi pintura, antes no había visto un cuadro”, explicó el pintor en una entrevista con el también juchiteco Macario Matus.
Otro signo recurrente en la obra de Toledo es la sexualidad. En sus obras hay una especie de sexualización de la realidad, un escenario en el que no se distingue lo fantástico de lo real y que funde ambos en el erotismo. En sus obras, a decir de Carlos Monsiváis, Toledo “tan solo sostiene que todo lo real es sexual y todo lo sexual es real, pero sin que la convicción se esterilice en un determinismo”.
Tras mudarse a la Ciudad de México, Toledo ingresó a la Escuela de Diseño y Artesanías de Bellas Artes. Gracias a su maestría, comenzó a exponer en la Galería Antonio Souza y en el Fort Worth Center en Texas.
En 1960, viajó a Europa y conoció por recomendación de Souza a Rufino Tamayo, pintor oaxaqueño con quien estrecharía lazos y con quien su persona y su obra se vincula inmediatamente, pues se le considera discípulo o “heredero” de Tamayo.
“Mi vida ha pasado por muchas etapas. Al principio, quería estar ligado a mi comunidad, ahí había mitos orales, tradiciones, cuentos; pensaba que podía ser el ilustrador de esos mitos. Con el tiempo, me fui cargando con más información, visité ciudades y museos; Picasso, Klee, Miró, Dubuffet, viví en Europa, viajé a España, conocí a Tàpies, a Saura… Mi arte es una mezcla de lo que he visto y de otras cosas que no sé de dónde vienen. Me han influido el arte primitivo, pero también los locos, los enfermos mentales y, sobre todo, Rufino Tamayo”, señaló el pintor.
La fama llegó a la vida de Toledo, pronto los galeristas se interesaron en su obra y tuvo exposiciones en Oslo, Londres, Ginebra, Toulouse y Hannover. Tras diversas estancias en Nueva York y varias partes de Europa, el artista se asentó en Oaxaca y se desarrolló como promotor cultural, una faceta que responde al compromiso con su tierra natal, Juchitán, y a su interés en impulsar el arte y a los artistas locales.
Con ayuda de diversas instituciones, fundó el Taller Arte Papel Oaxaca, Ediciones Toledo y el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca. Además, promovió la creación de otras instancias, como el Centro de las Artes San Agustín, la biblioteca para invidentes Jorge Luis Borges, el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo y el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca.
Toledo no solo es reconocido por su talento y el toque irreverente y transgresor de sus obras, sino también por haber sido un luchador social, un filántropo, por haber apoyado causas relacionadas con el medio ambiente y la conservación del patrimonio artístico del país, y por defender sus ideales y posturas políticas.
Texto en colaboración con López-Doriga Digital