La efervescencia de la escena del arte en México ha generado en los últimos años una proliferación de espacios de arte independientes que responden a un fenómeno: la desbordante oferta de propuestas de artistas emergentes que buscan medios alternativos para mostrar su obra y, por consiguiente, la demanda de lugares que apuesten por el desarrollo integral y por el impulso de esas nuevas voces. El Cuarto de Máquinas surgió precisamente en este contexto hace tres años; su finalidad es promover la crítica y el diálogo sobre el quehacer artístico, crear una pequeña comunidad en el mundo globalizado en el que vivimos en la actualidad y generar colaboraciones entre los artistas, los curadores, los críticos, los gestores y el público.
Esta plataforma alterna a la consagrada Galería Hilario Galguera busca darles visibilidad a las propuestas de la nueva generación de artistas mexicanos. El Cuarto de Máquinas se encuentra en una etapa de transición, puesto que hace unos meses se mudó de la casona antigua ubicada en la calle de Colima, en la colonia Roma, en la que anteriormente se ubicaba. Sin embargo, el hecho de no contar con un espacio fijo no ha sido un obstáculo, sino más bien un reto que les ha permitido a sus integrantes ser más flexibles y creativos con las propuestas que exhiben.
Su versátil programación va más allá de imponer una temática específica o querer realizar una lectura generacional del quehacer artístico actual. Para cada exposición, seleccionan a un curador joven –hasta ahora han sido todos mexicanos–, aunque no necesariamente tiene que serlo, el único requisito es estar al tanto de lo que sucede en la escena local. Los curadores tienen plena libertad para llevar a cabo cualquier propuesta que tengan en mente; pueden desde seleccionar a los artistas y a las personas que se encargan de escribir los textos hasta decidir si quieren colgar las obras sobre un muro blanco o hacer algo menos convencional como una activación, un performance o transformar el espacio que se les proporciona.
A diferencia de una galería tradicional, esta plataforma no representa a los artistas que exponen. En caso de necesitar una producción nueva, específica para la exposición, se quedan con la obra en consignación por un tiempo, que puede ser entre seis meses y un año, dependiendo de lo que quieran los artistas. En caso de que alguna pieza no se venda, se devuelve al artista. Esta situación de beneficio para ambas partes les ha permitido tener una relación mucho más cercana con los artistas, quienes en su mayoría han trabajado en proyectos posteriores con la plataforma e, incluso, algunos ahora son representados por la Galería Hilario Galguera.
En ese contexto y con un espíritu colaborativo surge “#Núcleo”, una muestra que da continuidad a varios de los proyectos que comenzaron en El Cuarto de Máquinas y en la que se les dio carta blanca a los seis artistas que la integran para que se apropiasen del espacio de la galería. Sin ningún hilo conductor y bajo la curaduría de Andrea Wild Botero, cada uno presenta obras recientes cuyo común denominador es el interés por mostrar su visión en el pequeño universo que les fue otorgado para esta exposición.
A la entrada de la galería se encuentra La decoraduría (2018), una instalación del artista regiomontano Marco Treviño (Monterrey, 1986) que está compuesta por 43 sillas de madera que forman una especie de librero en el que se encuentran unas orquídeas y algunos de los catálogos de los artistas que representa la galería. Esta escultura desmontable, que en momentos parecería una torre de Jenga, puede ser tanto un objeto decorativo como un objeto útil que ofrece a los visitantes un volumen sólido para que tomen asiento y se cuestionen sobre el estado actual del arte como producto cultural. Asimismo, la obra pone en juicio la noción de lo que es considerado como buen gusto, puesto que, desde la perspectiva del artista, la decoración es una manera de ejercer la política en nuestros tiempos.
En la primera sala, la regiomontana Yolanda Ceballos (Monterrey, 1985) expone una serie que se titula Teoría de la transición; está compuesta por tres monumentales tablarocas dibujadas con gis, así como por una escultura de concreto. Estos elementos son una recreación de su memoria sobre aquellos espacios que han desaparecido con el tiempo; de alguna forma intenta reconstruir esas ruinas del pasado. Por su parte, la artista francesa Gwladys Alonzo (Francia, 1990), que desde hace unos años radica en la Ciudad de México, presenta en la segunda sala una serie de esculturas que parten de una reflexión sobre su relación con un contexto geográfico y cultural específico. Los materiales de las obras se “derriten” para formar cuerpos orgánicos que evocan cuarzos y fósiles.
En el caso de Leo Marz (Zapopan, 1979), destaca por su intervención en la sala principal de la galería, la cual pintó de rojo. La estridente marca diagonal que divide el suelo realza la obra de este artista jalisciense que presenta Monolito (2018), un proyecto compuesto por una serie de lienzos inspirados en el sistema operativo de nuestros dispositivos móviles. Las obras recrean las formas que componen el lenguaje visual en las interfaces digitales, lo cual da como resultado composiciones geométricas en una paleta de colores que evoca el suprematismo ruso.
Mauricio Limón (Ciudad de México, 1979) presenta una instalación titulada Someshapesarepornsomeshapesarenotpornsomepornshapesarenotporn, la cual es un guiño irónico a la vieja noción de que ciertas formas geométricas evocan órganos que culturalmente están asociados a la obtención del placer. Este proyecto está conformado por moldes de silicona con patrones geométricos que parecen disecciones pornográficas, así como por pinturas con los mismos motivos, los cuales contrastan con el material con el que están cubiertos los bastidores. El uso del henequén, una fibra que se obtiene del agave y se emplea con fines artesanales, sugiere una mirada reflexiva sobre las relaciones de poder y dominio a través de la sexualidad. Por último, Cristóbal Gracia (Ciudad de México, 1987) aborda la creación, la falsificación y la reproducción de obras de arte y reliquias de antiguas civilizaciones. Exhibe sus piezas en una serie de vitrinas que no solo cuestionan la forma tradicional en la que los museos presentan estos objetos, sino también el mercado negro del arte, del que poco se sabe.
Hasta el 11 de enero del 2019, la Galería Hilario Galguera reúne esta polisemia de voces que conforman una nueva generación de artistas mexicanos cuyas propuestas, por más distintas que resulten, se complementan de alguna manera y generan un centro que ha dado como resultado la formación de un grupo sólido cuya pluralidad no se limita al diálogo entre sí, sino a contribuir a la diversificación de la escena del arte emergente en la Ciudad de México.
Texto por Sheila Cohen