Thomas está obsesionado. Se le ve con un corazón inquieto, pero mirada incesante y pací ca. No deja de observar aquellos murales tibetanos que le han hecho dialogar como nunca con su espíritu. Mira con atención las tintas que han sorteado desde el siglo XI las paredes que narran la cosmovisión del Tíbet y el budismo mahayana y vajrayana. No deja de pensar en el decimocuarto Dalai Lama, con el que compartió 60 horas de charlas en el lapso de dos años. Hermosas ventanas al conocimiento y a la meditación. Así accedió a la memoria que está presente en cada respiración humana.
“Había una vez un monje y un mural y el monje explicó…”. Es así como comienza cada historia o leyenda budista desde el siglo de las Cruzadas. Thomas Laird es el último personaje que ha quedado inscrito en una de esas historias en pleno siglo XXI. Dialogamos con el fotógrafo que ha podido arrancar la invisibilidad de estos milenarios murales y, junto a los épicos libros de Taschen y la iniciativa de Casa Palacio, plasmarlos en páginas que huelen a templo y desatan para el mundo el inmenso legado artístico y cultural del sentipensar tibetano.
Aprender acerca de los murales del Tíbet (quién los pintó y por qué) le tomó a Thomas una década de investigación. No sabía cuales murales escoger para fotografiar en tamaño natural, pero ese proceso aumentó su conocimiento del Tíbet, tanto político, histórico y artístico, como de los pigmentos usados y las prácticas espirituales a la hora de su realización.
“La voz de los murales es diminuta, requiere que la escuchemos con mucha atención, y cuando lo hacemos, estas imágenes ancestrales pueden ser transformadoras en cualquier nivel de la experiencia humana”, aclara el fotógrafo.
Iluminar los murales para hacer las tomas fotográficas fue uno de los procesos más específicos. Thomas debía configurar un tipo de iluminación para cada disparo: “una instalación de iluminación que funcionaba para un mural no servía para otro, entonces debía cambiar la estructura cerca de cien veces, antes de cada disparo”, explica.
En muchos casos, a pocos centímetros de la superficie del mural, existen pilares u otras obstrucciones que impiden apreciarlos completamente. Es ópticamente imposible mirar un mural completo si no es desde un ángulo distorsionado. Por lo tanto, Thomas tuvo que crear imágenes completas a partir de piezas distorsionadas, es decir, capturadas desde ángulos inclinados e incómodos, para después, con tecnología, hacerlos planos, a la misma escala y tamaño, para incrustarlos de manera natural: “las cosas que son ópticamente imposibles de ver de manera uniforme, deben convertirse en tales, desde una vista distorsionada”, menciona.
El fotógrafo no podría haberlo logrado con tal definición sin la tecnología digital disponible hoy en día. Con ella pudo romper las leyes de la óptica para arrebatarle esos fragmentos a lo invisible y mostrarlo a plenitud. También influyó determinantemente la relación que tuvo Thomas con los murales, pues no cayó en la simple etnografía del hombre occidental y su cultura dominante que ve lo diferente solo como folclor.
“Todo se trata de ver al otro. De considerarlo. Algo que no se ve tan usualmente en el mundo occidental. Después de escuchar la diversidad de conocimiento de tantas fuentes acerca de los murales, eso es lo que muestran: ángulos distintos de ver el mundo.
Me siento con la responsabilidad de asegurarme que este arte (al menos a través de mis imágenes) sea accesible para las futuras generaciones; francamente, eso se convierte en una gran carga que va dando forma a tu vida diaria. Como lo hace un hijo. Los hijos son una carga que sostenemos con gusto y amor, pero aun así, es una carga que transforma nuestras vidas de muchas maneras y no sabemos a qué nivel la va a transformar, hasta que los tenemos. Para mí, cualquier relación a profundidad, no casual, tiene algo de esta reflexión: ¿qué es bueno para el otro? No se trata solo de lo que es bueno, o lo que nos hace felices solo a nosotros, sino debemos elegir nuestras acciones y palabras con cuidado para cumplir con la responsabilidad que tenemos con el otro. No entendía eso cuando comencé este viaje”, comparte Thomas.
En una de las sesiones que Laird tuvo con el Dalai Lama, este le explicaba su propia relación con los murales, y para sorpresa del fotógrafo, el gran líder tibetano no reparaba en la estética, sino en la determinación, es decir, para él lo importante está en la motivación que emana de cada persona a la hora de emprender un trabajo.
“La motivación es siempre lo que importa, no importa lo que estemos haciendo. Mi motivación es asegurar que las generaciones futuras tengan acceso a estas imágenes que en realidad solo viven en nuestras mentes. Los pigmentos, los murales, nuestras ideas sobre ellos, son herramientas de transmisión, no son la cosa en sí. Vivo con las realidades de nuestro tiempo. Soy un ciudadano de los Estados Unidos que trata de compartir ideas antiguas (extrañamente modernas) sobre cómo cultivar la atención plena, sobre la impermanencia de la vida, sobre la posibilidad de una transformación real en cualquier momento”. La codicia, la ira, la ignorancia, la lujuria y el orgullo, son pasiones humanas reales, que nunca desaparecen.
Sin embargo, podemos tomar conciencia de ellas, transformarlas y buscar (a menudo sin éxito) estas pasiones para utilizarlas como herramientas de transformación. Ese es uno de los objetivos de los budistas mahayana en el mundo. Mi trabajo con los antiguos murales del Tíbet se basa en estas ideas”.
Thomas dice que siempre trata conscientemente de asumir una postura crítica en esta realidad consumista, donde al arte parece ser una mercancía más allá de una determinación, y aunque a veces no logra hacerlo del todo, siempre está atento a la problemática. Partiendo de allí, usa las mejores herramientas que nos da
nuestro tiempo (libros, cámaras, prensa, entrevistas) para llevar las visiones de los muertos (los murales) a través de las manos de los vivos (y de la sociedad y la economía en las que todos vivimos), para de alguna manera, hacerlos llegar a los que aún no han nacido. Que se genere un ejercicio de memoria a través de imágenes determinantes que reflejan la ver- dad de las paredes tibetanas.
En sus fotografías, que en máxima resolución tienen el mismo tamaño de los murales (3 x 6 metros), Thomas refleja la carga política que poseen, como los tenían las obras de los grandes muralistas mexicanos. En este sentido, Laird recomienda ver la página 370 del Volumen 2, donde se aprecia el retrato conjunto del emperador de Mongolia, Kublai Khan y su preceptor imperial Drogon Chogyal Phagpa, pintado alrededor del año 1400, en el que ambos líderes tienen el mismo nivel entre sus dos asientos. Thomas explica que los gobernantes del Tíbet pagaban a los artistas que los pintaron con intenciones de que sus súbditos los vieran como defensores del Dharma –las enseñanzas de Buda que se dice que son como una rueda que gira y se traslada de un lugar a otro, según las condiciones kármicas de sus habitantes– y, de esta manera, dignos de apoyo popular.
“En algunos casos, las familias nobles tibetanas gobernantes emplearon mano de obra corvée, que consistía en la obligación de trabajar gratuitamente en las tierras del noble o señor feudal, para construir los templos en los que se pintaron los murales, como era común en casi todo el mundo en el siglo XV. En tiempos modernos, cuando se crean murales en el Tíbet, una vez más ese trabajo no está exento de importancia política”, aclara.
En tiempos en los que no hay credibilidad en la política y cada vez se sospecha más de las religiones, el budismo se ha hecho un lugar importante en la simpatía de Occidente. Parece que sus principios milenarios han logrado permear la fe de las personas que buscan un mundo más espiritual y justo. Thomas piensa que aquel budismo que más ha simpatizado es el Mahayana y Vajrayana, por la sencilla razón de que postulan que todo el comportamiento humano puede transformarse en un camino hacia la liberación.
“De acuerdo con esas enseñanzas, si somos conscientes y usamos el trabajo como práctica espiritual, todo esfuerzo humano puede convertirse en una práctica de este tipo, no solo la meditación que se hace sentado”. Mientras nos comparte esta opinión, Thomas se sienta y muestra un ejemplo: “Mira, si no estamos atentos cuando estamos sentados meditando, siguiendo nuestra respiración, no es una práctica verdadera y por lo tanto, es una pérdida de tiempo”.
Las 998 copias del libro Murals of Tibet para coleccionistas han sido firmadas por el Dalai Lama y el editor del trabajo, Benedikt Taschen, presentó una donación considerable a la Santidad Tibetana como señal de gratitud por este apoyo. El Dalai Lama (como un monje que no posee) donó a Mente y Vida, una organización enfocada en entender, en formas medibles, la transformación que ha tenido la mente de aquellos que meditan a través de las prácticas que realizan.
“Los murales del Tíbet se pintaron con muchas intenciones, una de ellas fue motivarnos hacia las prácticas budistas. Algunas prácticas precisas de visualización de la meditación están codificadas en algunas de estas pinturas, así como prácticas avanzadas de yoga y atención plena, se han ilustrado con gran detalle en algunos murales”, agrega Laird.
El fotógrafo, que divide su tiempo entre Nueva Orleans y Katmandú, tuvo diálogos muy interesantes con el Dalai Lama, y lo que más le sorprendió fue que la Santidad cumple con la expresión estadounidense, “walk and talk”, que a diferencia de los políticos tradicionales que dicen una cosa y hacen otra, el Dalai Lama es absolutamente congruente con ambas. Tanto –dice Thomas– que todas las personas que él conoce que se han acerca- do al líder tibetano, se han con- vencido de que es posible, para cada uno de nosotros, ser mejores, “parece encender esa luz en cada una de las personas que lo rodean o lo acompañan en el camino”, comenta el artista.
“Los políticos que quieren ganarse nuestro respeto deben esforzarse por hacer un walk and talk genuino, no solamente la parte del ‘talk’, que solo manipula a la gente. Mis experiencias personales con Tenzin Gyantso, el decimocuarto Dalai Lama del Tíbet, me han llevado a considerarlo un mentor inestimable, una verdadera lámpara para iluminar el camino mientras nos esforzamos por encontrar el nuestro en este oscuro valle, a través del cual todos nosotros debemos caminar. Es todo un regalo y estoy agradecido por el tiempo que ha pasado conmigo, no solo me enseñó sobre budismo, historia y arte con determinación, me mostró cómo se com- porta un buen ser humano”.
El libro es el primer paso para asegurar que este patrimonio mundial se conserve para los tiempos y generaciones que vengan. En paralelo, Thomas, montará exposiciones en todo el mundo para que las personas puedan conocer de primera mano las imágenes en tamaño real. Además, trabajará con estudiosos de estos murales para recopilar comentarios sobre las narraciones budistas que se ilustran en dichas paredes y com- partirlas en sus exposiciones.
“Espero crear más imágenes de más murales budistas en toda Asia y compartir ese trabajo con el mundo. Finalmente, trabajaré para establecer una memoria permanente de los principales archivos digitales que hacen que todo este ejercicio de transmisión de conocimiento sea posible”.
Este increíble libro de 498 páginas y 6 desplegables también incluye la pluma del escritor y académico budista Robert Thurman, con una guía anexa de 528 páginas que acompaña el viaje trascendental de los murales a través de textos detallados sobre su significado espiritual, así como descripciones fotográficas hechas por los especialistas Heather Stoddard y Jakob Winkler quienes analizan el contexto artístico de cada imagen.
El precio de esta obra editorial es de 12 mil dólares, sin duda una pieza de colección. Impreso en el formato SUMO de la editorial (50 x 70cm con un peso de casi 23kg) viene con un atril de soporte diseñado por el arquitecto ganador del premio Pritzker y activista humanitario Sigheru Ban.
Texto por: Luis Alberto González Arenas
Fotos cortesía de Taschen