El río Thu Bon ha dejado de llegar al mar como lo hacía antes, cuando abría el pasaje a los barcos comerciales que entraban hasta el puerto fluvial de Hoi An. Ahí confluían comerciantes vietnamitas, chinos, japoneses, indios y europeos, muchos de los cuales se establecieron y recrearon un rincón de sus lejanos hogares con templos chinos, puentes japoneses y lugares de comida francesa. Con el paso de los siglos, el río ha acumulado arena y los grandes barcos de los comerciantes ya no pueden entrar, por lo que el puerto ha quedado detenido en el tiempo. Sin embargo, se conserva la ciudad, con sus calles alineadas a lo largo del río y perfiladas con hermosas casas de madera, esperando el despertar que traerá la llegada del turismo.
Cuando llegué por primera vez a Hoi An, era un pueblo casi fantasma, en donde se sentían las vibraciones de las almas del pasado y de los tiempos de guerra. Hoy en día, Hoi An ha crecido, pues las construcciones desbordan sobre las tierras donde antes los arrozales absorbían el cielo. Estos arrozales han retrocedido, pero rodean la ciudad como un ángel de la guarda o un espejo que refleja el paso del tiempo. A pesar de su crecimiento, Hoi An conserva su magia. Sus habitantes se han acostumbrado a ver las caras blancas y los grandes ojos de sus visitantes, mientras que sus calles invitan a descubrir el encanto de sus casas y templos antiguos.
Recorrí la calle que vadea el río y descubrí que lo que era un palmar en la orilla, ahora es un pueblo nuevo, con un ambiente vibrante que va perfectamente con el baile de las redes de los pescadores sembradas en el agua. Los thùng chai, pequeños barcos redondos, son las embarcaciones típicas de los pescadores y navegan como canastas flotando en el río Thu Bon, centro neurálgico de la ciudad aunque ya no es lo suficientemente profundo como para permitir el paso de embarcaciones mayores.
Una leyenda vietnamita cuenta que el río sufrió las diversas inundaciones y desastres naturales de la zona. Dice que un terrible monstruo, cuya cabeza estaba en la India, su cola en Japón y su cuerpo en Vietnam, fue el culpable de todos estos desastres. Cada vez que el enorme monstruo se movía, un terremoto o una inundación asolaban la región. Por eso, los barcos dejaron de entrar en el río y solo las lanchas de los pescadores se aventuran temerosamente en sus aguas.
En el mercado me encontré con los productos de la pesca, las verduras de los campos y los típicos sombreros cónicos. El ambiente brillaba y las risas se mezclaban con las ofertas del día. Los sabores antiguos y tradicionales se unían a las influencias chinas, japonesas y francesas.
Al continuar paseando por las calles, noté que los edificios han sido perfectamente preservados y no se permite el uso de coches para no alterar esa armonía. Pasé por el puente cubierto japonés, ícono del pasado mercantil de Hoi An, construido por los comerciantes nipones al final del siglo XVI para unir el barrio japonés al oeste con el barrio chino, al este. Se construyó de madera y piedra, con una fachada rojiza y tejas grises para cruzar el afluente del río Thu Bon. El puente es una joya arquitectónica, único en su tipo, encantador y romántico, donde los vietnamitas se van a tomar sus fotos de boda. En su interior de madera pude admirar los farolillos típicos de Hoi An y los guardianes de piedra, perros en un extremo y monos en el otro, así como su altar que data de 1719. Aquí lo llaman Lai Vien Kieu, que significa “el puente de la lejanía”, y se considera místico y venerable.
Después llegué a la sala de asambleas cantonesas Quang Dong, construida en 1786 por comerciantes y marineros, y cuyo nombre proviene de la provincia china Guangdong. Su arquitectura exterior se asemeja más a una pagoda o un templo de Hue, la antigua capital imperial muy cercana, y es el lugar de veneración del guerrero Quan Cong y de la diosa del mar, Thien Hau.
Para conocer más de esta ciudad mágica, acudí al Museo de la Cultura Sa Huynh, con su colección de vasijas funerarias de más de 2,000 años de antigüe- dad, y la casa de Phung Hung, residencia durante más de ocho generaciones de una de las familias más ricas de la ciudad, cuyo negocio se centraba en madera, especias, seda y porcelana. También llegué a Tan Ky, la casa más famosa de la ciudad que conserva la arquitectura tradicional del siglo XVII. La casa de Quan Thang es ahora una tienda que también pude visitar, y la capilla de la familia china Tran, muy in- fluyente en Vietnam, es un altar para honrar a los antepasados dentro de la casa.
El tiempo pasa lentamente en Hoi An y lo disfruté cada instan- te. Decidí ir en coche al santuario My Son, un conjunto de templos hindúes en ruinas, situados a unos 40 kilómetros de Hoi An. My Son es un yacimiento arqueo- lógico levantado entre los siglos IV y XIV por los reyes Champa, un antiguo reino hinduista que gobernó la región central de Vietnam, perteneciente a la cultura cham. Llegó a erigir más de 70 templos, pero ahora solo que- dan algunos en pie.
Al día siguiente, tomé mi bicicleta, mi compañera dentro del pueblo, y anduve por los arrozales acariciados por el sol. Visité un pequeño puerto pesquero en el que descubrí algunas peculiaridades de los pescadores vietnamitas, entre ellas que todos pintan unos ojos en la parte delantera de sus barcos, pues creen que eso les protege de los monstruos y espíritus del agua.
En los arrozales me enseñaron que del arroz se aprovecha todo. Además del grano, se obtiene la base del popular banh dap, una masa de arroz molido cocinada en un horno de leña y que se come acompañado de alguna salsa. Del arroz se obtiene también licor, una bebida fortísima que muchos vietnamitas preparan en sus casas.
En mi visita, alcancé la playa de Hoi An con sus aguas cristalinas, arena blanca y un cli- ma tropical, a veces con olas y a veces sin, siempre desiertas en el día y abarrotadas durante la noche. Esto se debe a que el ideal de belleza en Vietnam es la piel blanca, razón por la cual el pueblo vietnamita en general y las mujeres en particular, evitan el sol a toda costa.
Las artesanías también son parte importante de la cultura en Hoi An. Caminando por el casco antiguo de la ciudad, encontré una multitud de pequeñas tiendas, alojadas en estrechas casas de dos plantas, en donde puedes comprar vestidos de seda, trajes, pinturas, cuadros y demás artesanías. Y hablando de artesanías, probablemente lo más llamativo de Hoi An sean sus farolillos de colores, únicos en Vietnam. Estos farolillos alumbran la ciudad al caer la noche, con su color rojo por excelencia, ya que en la cultura vietnamita significa alegría y lealtad.
LAS MONTAÑAS DE MÁRMOL DE DANANG
Tras visitar Hoi An, seguí mi camino hacia las montañas de mármol. Este grupo de cinco montañas, llamado Ngu Hanh, se levanta entre Hoi An y Danang, y es un lugar muy popular de retiro espiritual y peregrinaje. Cada una de las montañas representa alguno de los cinco elementos: Hoa Son (montaña de fuego), Kim Son (montaña de metal), Tho Son (montaña de tierra), Thuy Son (montaña de agua) y Moc Son (montaña de madera).
Cuando llegué, me impresionaron esos picos de 500 metros de altura que se levantan de manera irracional sobre la planicie. Albergan varias pagodas budistas, restos de la civilización champa y unas cuevas naturales en el interior de las montañas, formadas por la erosión, el agua y el paso del tiempo.
Thuy Son o “montaña de agua” es la montaña más grande, con varias cuevas, cavernas, pago- das y dos miradores con unas vistas espectaculares de la ciudad de Danang y la costa con el mar de China al fondo. Forma- da a su vez por tres picos rocosos con una disposición similar a las estrellas de la Osa Mayor, la montaña está dominada por el pico más grande llamado Tam Thai, que da nombre a la pagoda que allí se levanta. Fascinado por el escenario, subí por el camino situado al oeste de la montaña, compuesto de 156 peldaños, mientras que el camino del este tiene solo 108. Además, desde el año 2011 está en funcionamiento un elevador que facilita el ac- ceso de visitantes y peregrinos.
En lo alto de la montaña Thuy Son, además de los impresionantes miradores, descubrí la cueva Linh Nham, en la que unos orificios en las pare- des dejan pasar rayos de luz, creando un efecto espectacular en el interior. También visité la pagoda Tam Thai, templo que data del año 1630, y la preciosa pagoda Linh Ung con su torre Xa Loi. Me aventuré en la cueva Huyen Khong, con un inmenso altar excavado en piedra, y finalmente alcancé la cueva Am Phu, conocida con el sobrenombre de “cueva del infierno” por su empinada entrada que, se dice, desciende desde el cielo al infierno. En el interior de Am Phu, me dejé sorprender por las estatuas y representaciones de esqueletos, demonios y otras escenas propias del infierno budista.
Por otro lado, la montaña Moc Son o “montaña de madera” es la única que no posee pago- das ni cuevas, y no está abierta para visitar. Mientras que la montaña Kim Son o “montaña de metal”, ubicada a orillas del río Co Co, tiene una pagoda y es una cueva misteriosa, Quan Am, por las extrañas y sugerentes formas que componen las estalactitas y estalagmitas, que los locales asemejan a figuras de Buda y dragones.
En Hoa Son o “montaña de fuego” transcurrían dos ríos de la cima hasta la playa, y se dice que formaban el símbolo del yin-yang, otorgando paz y armonía al lugar. Aquí visité algunos restos de la civilización champa, así como la pagoda Pho Da Son, un pequeño templo que conserva un recuerdo de la visita que el emperador Minh Mang realizó a la ciudad para reunirse con su hermana, la princesa Ngoc Lan, quien solía frecuentar esta pagoda. Se trata de una inscripción grabada en piedra que data del siglo XVIII.
Por último, Tho Son o “montaña de tierra” es la más pequeña del grupo, formada por arcilla y mármol. La civilización champa utilizó esta montaña como cuartel, del que solo quedan ladrillos rojizos. Con una irregular forma rectangular, la imaginación vietnamita dice que esta montaña se asemeja a un dragón dormido. Visité un túnel utilizado en la guerra contra los franceses y contra los americanos, además de la pagoda Long Hoa, construida en el año 1992. Muy cerca de allí, hay una columna de roca de 30 metros de altura que los religiosos asemejan a Buda.
Finalmente llegó el momento de partir. El alma llora cuando se tiene que abandonar un lugar tan acogedor, donde me sentía a gusto, arropado por gente encantadora. Pasear por los callejones, hablando con las señoras que habían vivido la colonia francesa, las guerras y la nueva vida tranquila, fue una maravillosa experiencia, un libro enriquecedor que me transportó en el tiempo. Hoi An quedará en mi mente como un hogar, un paraíso en un país que siempre me recibe como hijo suyo.
CUÁNDO IR
Durante todo el año, pues el clima tropical permite estar a gusto. En el verano hay lluvias al final del día.
CÓMO IR
Hay vuelos desde Siem Reap, Camboya, o desde Hanói y Ho Chi Min, en Vietnam.
TRAVEL QUEST
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Texto y fotos por Patrick Monney