Es difícil definir en pocas palabras a Norma Bastidas. Récord Guiness, maratonista, triatleta, activista social, superviviente, mujer y madre.
Su récord Guiness lo obtuvo en 2014, cuando nadó 152.1 km, recorrió 3,692.2 km en bicicleta y corrió 1,136.7 km en el hasta la fecha triatlón más largo de la historia celebrado desde el 7 de marzo al 4 de mayo de ese año.
Sobreviviente de abuso sexual, trata, adicciones y todo tipo de violencia, años después Norma opta por hablar de lo sucedido para proteger y alentar a quienes han pasado por las mismas situaciones y prevenir que estas se repitan.
Según nos cuenta, todas sus buenas ideas y momentos de gloria han surgido de la frustración. Comenzó a correr como terapia para poder dormir mientras luchaba de la mano de su hijo contra un diagnóstico que lo dejará ciego. Hoy, utiliza todos sus foros como gura pública, Récord Guiness y medallista para concientizar a su audiencia sobre temas de violencia sexual y darles esperanza y motivos para seguir adelante a quienes la han sufrido.
¿Cómo es que tu pasado y las situaciones que superaste formaron a la persona que eres hoy?
Cuando pasas por circunstancias como esas, debes tener algo que te ayude a buscar una manera creativa de salir de los problemas. Hay que tener resiliencia. Hay mucha gente que pasa por lo mismo y no lo supera. Lo que te enseña es la manera como enfrentas esas circunstancias, no la circunstancia como tal, de eso no aprendes. Comenzaste a correr como una forma de catarsis cuando tu hijo fue diagnosticado con una condición que lo dejaría ciego.
¿En qué momento se convirtió en algo que querías hacer a otro nivel?
Muy pronto. Cuando lo diagnosticaron, todo sucedió muy rápido, no tuvimos mucho tiempo para adaptarnos. En ese momento, además, había otras circunstancias conflictivas en nuestras vidas: perdí mi empleo porque la enfermedad de él me absorbía. Empecé a correr porque no podía respirar, no podía dormir. Mi mamá vino a ayudarme y no quería que me escuchara llorando, entonces me iba a correr a las dos o tres de la mañana. Es gracioso: en otro momento de la vida no habría hecho eso de salir sola a esas horas a correr; sin embargo, cuando estás enfrentando obstáculos tan grandes, los miedos cambian. Noté que cuando regresaba me sentía bien. Correr me ayudaba a aclarar la cabeza y llegaba a mi casa llena de energía, con una actitud positiva. A los seis meses, corrí mi primer maratón porque una de mis amigas era corredora y estaba entrenando para Boston. Pero no podíamos vernos mucho, yo trabajando y ella entrenando. Hasta que un día me propuso que a la hora de comida de mi trabajo me fuera a correr con ella. Y en ese momento, me dijo: “¡Oye, estás corriendo bien!”. Ella pensaba que yo era lenta, hasta ese día. Entonces me pedía que le bajara para alcanzarme. (Risas).
¿Qué dice hoy en día tu amiga?
Nos reímos. Después de que sali- mos a correr juntas me dijo: “Si calificas para Boston, yo te llevo y te pago todo como regalo de tu cumpleaños 40”. Era algo que yo necesitaba, algo positivo, que pudiera controlar. Levantarme, ponerme los tenis, entrenar. Cuando corrí el maratón, en Boston, me dije: jamás voy a dejarme influenciar por lo que otra gente diga, porque me pongan límites, y seguí adelante. Luego busqué una carrera que estuviera cerca de donde vivía porque no tenía mucho dinero ni tiempo. Encontré una que se llamaba La Carrera de la Muerte (Canadá), de 125 km. Yo jamás había hecho algo así. Lo necesitaba tanto, que me registré. Fue un impulso, y después decidí mandar correos a mis amigos pidiéndoles que me donaran algo para seguir adelante con el tratamiento de mi hijo por cada kilómetro que lograra terminar. No terminé porque me dio hipotermia, no iba preparada, pero llegué al Km 95 y tenía solamente ocho meses corriendo. En ese momento, decidí que eso era lo que quería hacer.
Me puse el propósito, corrí Boston, pero mejoré mi tiempo y me registré en una serie completa. Eran seis carreras de 50 km, 100 km, 125 km y 160 km. Llegué en quinto lugar, gané en mi categoría de edad y gané la serie también.
El CNB, que es el instituto canadiense de los ciegos, me había ayudado muchísimo para que mi hijo regresara a la escuela y así me pude concentrar en buscar trabajo. Entonces decidí donarles algo a ellos que tanto nos ayudaron. Al final les ayudé a recaudar $3,500 dólares porque se corrió la voz.
Ahí fue cuando empecé a dar pláticas y abrí mi página para servir como inspiración para quien acudiera. Después decidí hacer algo diferente. No sabía nadar y decidí romper el récord que llevaba 20 años en manos de alguien más. Quería enseñarle a la gente que con dedicación y tenacidad se hacen las cosas. ¡Ya te imaginarás las primeras clases de natación! Me decía: “¡qué vergüenza!” y había veces que hasta viejitas me decían: “qué mal nadas”.
Eso me dio mucha humildad también. El proyecto no me deja- ba dormir, me levantaba a media noche con miedo pensando ¿cómo voy a hacer esto? La competencia era en mar abierto y yo solamente entrené en piscinas y muy poco en el mar. Pero eso es bueno, el peligro y el miedo son diferentes: el peligro es real, en ocasiones no he terminado una carrera en el Ártico por sentir verdadero peligro.
El miedo es algo que te limita, que te da excusas como: “a lo mejor no debería de hacerlo porque ya estoy muy grande para hacer estas cosas” o “la natación debe aprenderse des- de chico”. Siempre me pregunto: “si no lo quiero hacer ¿cuáles son las razones? Porque si solamente es por miedo, ve para adelante”.
¿Cómo es que tu posición de triatleta le ha abierto puertas a tu situación de sobreviviente? Cuéntanos sobre el trabajo que realizas como activista.
Para mí, lo más importante es educar, ayudar a la sociedad. Mi mayor labor es inspirar a las personas. La primera vez que hablé de violencia sexual fue cuando corrí desde donde vivo en Vancouver hasta Mazatlán, en 2012.
He publicado artículos para Runners, por ejemplo, en donde hablo de lo que es violencia y mi experiencia con la violencia doméstica que sufrió mi madre. Es importante tener estos foros porque estamos hablamos de esos temas en un medio que no llama la atención. Si una persona necesita ayuda y está leyendo ese artículo, al final hay un número donde puede llamar, no corre riesgo y es accesible.
Viajo a muchos albergues y trabajo especialmente con niñas y mujeres cuando las acaban de rescatar. Cuando iba a hacer el Récord Guinness fui a los albergues aquí en la Ciudad de México. Me reuní con ellas y les pedí permiso para representarlas. Yo no quiero que la gente solo sobreviva. No quiero que se limiten, me dicen: “lo que quiero es no sufrir violencia”, y eso es muy bueno, es el primer paso, pero es solo el principio.
Quiero que sueñen, que sueñen en grande. Quiero que pidan más, que esperen y que demanden más. Personalmente, me enorgullezco de decir que todo eso no me acabó y que por tanto tiempo de vivir una vida de pesadilla, ahora me dedico a los sueños, ¡qué increíble!
Cuéntame sobre los reconocimientos que han sido más importantes para ti.
El primero para mí es el 777 Run For Sight porque se lo dediqué a mi hijo. Cuando lo diagnostica- ron, el médico le dijo a mi hijo que “era mala suerte”, que tenía- mos, su papá y yo, un gen defectuoso que le pasamos. Ese día decidí que quería dedicarle un gran logro. Ya tenía el récord de correr los continentes en 12 meses y decidí hacer 7 ultra maratones en siete meses, 777 Run for Sight.
¿Cuánto tiempo entrenaste para ese?
Ocho meses y como quería que fuera un verdadero reto ¡tenía que ser carrera! Que fuera certificado y pudieran verificar el tiempo. Lo más que había corrido eran 160 km, pero aquí los había desde 100 km, en Antártica, hasta 350 km, en Suiza. Llegué a Brasil, fue mi primer continente y corrí 220 km. En cuanto crucé la meta, a las 50 horas, sin dormir, me metieron en un coche y me llevaron al aeropuerto para irme a Sudáfrica, para subirme a un avión e irme a la Antártica para correr los 100 km. En la carrera de Brasil, perdí todas las uñas, me las arranqué completamente porque hay mucha sel- va y me enganché con algo. Un compañero me prestó sus tenis, parecía un payaso, pero terminé la carrera en menos de 24 horas. Después fue Australia, 125 km; Namibia, 250km; posteriormen- te China, otros 250km; Canadá con 160 km y terminé en Suiza.
¿El 777 dirías que es tu reconocimiento más importante?
Sería el primero y el más personal. Cuando corrí de Vancouver a Mazatlán fue muy personal también porque ahí cambió todo. Sentí que tenía una obligación de que la gente supiera lo que me había pasado. Cuando hablé por primera vez, mi familia me decía que estaba loca, que la gente por fin nos respetaba y ahora yo iba a regresar a que me señalaran y me criticaran. Lo decían para prote- germe, porque sufrimos muchí- sima, muchísima discriminación.
Cuéntanos un poco sobre ese momento de tu vida.
Cuando mi padre muere joven, una de mis hermanas queda embarazada dos veces, soltera, durante la preadolescencia. No éramos muy respetados, la gente criticaba mucho a mi mamá porque ella nos decía que buscáramos oportunidades. Mi hermana se embarazó y por supuesto que siempre responsabilizan a la mujer. Pero mi mamá no era de las que decía: “cásense”; ella se había casado a los 16 y creía que no debíamos hacerlo así. Yo se lo agradezco, pero fue muy criticada, todas lo fuimos. Por eso me decía que no volviera a hablar sobre eso, y yo la hice entender que era un riesgo que tenía que tomar, porque es algo que sigue sucediendo.
Desde los 11 años fui abusada sexualmente por familiares y sufrí un secuestro en la Ciudad de México a los 17. Regresé a Culiacán, y en lugares así de chicos, estas situaciones siguen porque se corre la voz y una vez que saben que eres una persona violada, la gente piensa que fue porque tú lo provocaste. Cuando te pasa algo así, la sociedad decide que tú no tienes valor o credibilidad, y te vuelves la víctima perfecta para alguien más porque nadie te va a creer.
Me hicieron una oferta de trabajo para irme como edecán a Japón, y por necesidad, además de querer irme de este país, decidí tomarla, aunque era lógico que había algo raro, pero con las ganas que tenía de irme, decía: “¿Por qué no? A la gente le pasan cosas increíbles, ¿por qué no a mí?”. Terminé siendo separada del grupo y trabajando como escort en un bar. No había ley que me amparara, me fui por mi propia voluntad. Me dijeron que iba a ser modelo y edecán, pero me dieron una visa de bailarina exótica; yo misma firmé los papeles, porque me dijeron que era mucho más fácil para trabajar. Yo misma firmé mi sentencia. Los papeles y el viaje, representaban una “deuda” que ahora tenía que pagar, mi familia no tenía dinero. ¿Cómo regresaba, a quién le decía? No podía ni pedir ayuda a la policía porque yo tenía esa visa.
No recuerdo, a decir verdad, cuánto tiempo me quedé, por un problema de adicción. La manera de sobrevivir a esa situación era beber, entonces no recuerdo mucho de esa etapa y obviamente tengo muchos recuerdos bloqueados.
Estuve alrededor de año y medio trabajando en el bar, hasta pagar mi deuda. Después de eso, una escuela me ayudó y me dio una visa de estudiante. Entonces pude quedarme legalmente, trabajar en otras cosas, y aprender japonés. Casi entré a la universidad, pero una vez que estás vinculada a esos ámbitos donde incluso la mafia está involucrada, no van a dejar que salgas tan fácilmente. Atentaron contra mi vida una vez y ahí decidí que debía irme porque no iban a dejarme vivir jamás. Salí de ahí y me fui a vivir a Canadá.
En mi caso, todo contribuyó, el abuso sexual infantil, que mi mamá sufriera violencia doméstica, todo eso contribuyó.
¿Qué te parece que la disciplina deportiva le puede aportar a la vida de la gente? ¿Qué te ha aportado a ti?
Que te enseña a ganar y a perder ¿no? También me ha dejado mucho el mundo de la aventura, especialmente por el acceso a la naturaleza y esa conexión que tenemos con ella. Cuando me siento agobiada, busco algo en la naturaleza.
El deporte te enseña muchas cosas como la disciplina. Hay algo simbólico también en una carrera, es como la trayectoria de nuestra vida. Tienes que prepararte, motivarte, hay momentos malos, hay momentos buenos y tienes que seguir adelante. Creo que es una excelente metáfora.
Me gusta mucho que hoy en día, en esta confusión de que hay que ser perfecto todo el tiempo, en el deporte y en la naturaleza eso no importa. Acabo de hacer una carrera de 500 km hace dos meses y dormíamos en las gasolineras, te olvidas del maquillaje. Empiezas a estar más cómoda en tu propia piel. Dejan de agobiarte las expectativas de perfección: la ejecutiva perfecta, la madre perfecta, la esposa perfecta, la novia, todo eso.
¿Cómo te entrenas hoy en día? ¿Tienes alguna meta planeada próximamente?
Todos los días entreno, mínimo, dos horas. El nivel de intensidad depende de cómo esté: si estoy cansada, solamente me llevo a mis perros a hacer hiking. Pero todos los días, siempre, al menos dos horas. Mantengo esa base, hasta que sé lo que voy a hacer, para no empezar de cero, también es parte de mi identidad. Ahora estoy en la universidad, estudian- do, dándole prioridad a eso. Sin embargo, siempre estoy buscando hacer cosas que me inspiren.
¿Y ya escogiste algo?
¡Si! Es completamente distinto y me encanta. Es un proyecto grande, me va a tomar dos años. Solo 600 personas en el mundo lo han hecho: se trata de cruzar el océano Atlántico remando. Puede ser en carrera o en grupo. La diferencia es que en la carrera no puedes tener ningún tipo de apoyo, tienes que pescar tu comida, es la locura. Si no es en carrera, puedes tener apoyo, por ejemplo, cuando llegas a una isla te llega un paquetito con comida que te manda un equipo. Todavía no me he decido por cual, pero sé que quiero hacerlo ¡es completamente electrificante!
Un consejo que podrías darle a al- guien que estuviera iniciándose como triatleta.
Al principio, mucha gente te va a decir cosas, que sí se puede o no se puede o qué tanto podrías. Que no se limiten, que sueñen, que sueñen, que sueñen y que lo logren. Si se lo proponen, todos pueden. En lugar de estar posponiendo los sueños, cúmplelos ya, inscríbete y empieza a trabajar en ellos. También que la gente se emociona al principio y después pierde la motivación y la inspiración. No esperen levantarse inspirados todos los días, eso es algo que se tiene que trabajar, como si estuvieras trabajando en la oficina.
Un consejo que podrías darle a al- guien que haya pasado por una situa- ción de violencia sexual similar a la que tú viviste.
Lo más importante es que no importan las circunstancias, no es su culpa. No importa si tuvieron algo que ver o no. Lo más difícil al principio, es dejar de pensar que tú lo hiciste. ¡No es algo legal y nadie se lo merece!
En segundo lugar, no se rindan. Yo luché tanto y me encontré en las mismas situaciones una y otra vez, pero no me imagino qué habría sido de mí si me hubiera rendido. Seguí adelante. Don’t give up on you, porque la manera de salir adelante existe, pero a veces uno se tarda en lograrlo.
Por último, decirles que vale la pena. Te conté antes que no nos querían en mi comunidad y hace poco que regresé a Culiacán, me dieron el premio de Sinaloenses Ejemplares. Si yo no me hubiera dado la oportunidad de salir adelante, nunca lo hubiera visto. Después de ser rechazada, ahora soy recibida con orgullo por mi comunidad y eso lo vio mi familia.
Gracias a Dios yo nunca me rendí.
Un consejo que podrías darle a otra mamá que recibiera el mismo diagnóstico que tu hijo.
Esto fue lo más difícil, creo que era porque le estaba pasando a mi hijo. Pero después me di cuenta de que antes decía quiero encontrar la cura para mi hijo y ahora, mi perspectiva es diferente, porque yo no quiero que mi hijo piense que tiene algo que se tiene que curar, que él está mal. Eso le corresponde a él decidirlo, si él no quiere y de verdad quiere ser diferente, yo debo verlo como algo bueno, es una bendición. No sabemos, a lo mejor esto va a hacer que tenga una vida increíble. No es elfindelmundoyalomejores el principio de algo maravilloso.
¿Cuál dirías que es el mayor logro de tu vida?
El mayor logro de mi vida es que yo cuando hablé de esto, nadie ni siquiera se lo imaginaba. Cuando hablé de mi pasado, de la violencia sexual, del tráfico, de ser prostituida, nadie se lo imaginaba. Es mi mayor éxito, porque quiere decir que eso no me marcó, no me definió. No hay rastro ni físico ni emocional, ni en la manera en que confío, en que quiero, en que vivo, no hay rastro. Que hayan tratado de destruirme y que no lo hayan logrado es mi mayor logro.
Fotos: Cortesía de Normal Bastidas
Texto por: Nicolle Lekare
Artículo realizado en colaboración con: The Women’s Forum for the Economy and Society.