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Salvador Bahía

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Al son de los tambores, orixás y capoeira en un escenario monumental.
Torbellino de música, carrusel de cataduras pálidas o fuscas, remolino de atabales y capoeira, Salvador me acoge como una gran ola entre calor y lluvia que me sumerge en el frenético Candomblé y un Orixá me abraza. Mi alma se tuerce al ritmo de samba y navego en un fascinante flujo de sabores y colores que me sorprenden mientras descubro un mundo intrigante.

Salvador de Bahía
El avión de TAM me dejó en medio de un fascinante cosmos donde me instalé en un hotel de gran encanto en el centro histórico de Salvador, Villa Bahía, una de las casonas coloridas que forman ese lindo conjunto colonial. Me inició a esa cultura afrobrasileña que es la esencia de la ciudad, me indicó el sendero para entender el candomblé, religión monoteísta de origen yoruba-africana, con el dios único llamado Olorum que ha creado los Orixás o divinidades protectoras. Sentí que Aganju era mi Orixá porque es el de las montañas, volcanes y desiertos, pero normalmente un Babalorixá debe identificar mi verdadero Orixá. Me estaba sumergiendo en ese misterioso ambiente de Salvador, instalado en esa antigua casa donde cada habitación lleva el nombre de un puerto, donde las maderas reflejan los fantasmas y un antiguo Mikvé, jofaina para el baño purificador judío, había sido encontrado. Cada historia de Bruno me hundía en ese enigma de la ciudad.

Caminé durante dos días por las calles, sin rumbo, dejándome llevar por Aganju, entrando al misticismo de las iglesias, escuchando los tambores, admirando unas rodas de capoeira llevada al ritmo del berimbaus, intercambiando cariño con los encuentros que me lanzaban “Bom dia, de onde vens, te senta comigo”, y en poco tiempo tenía “amigos de coração”. São Salvador da Bahia fue fundada por Tomé de Sousa como capital de Brasil en 1549 a la boca de la Bahía de Todos los Santos, aunque el lugar era habitado por los indígenas, ocupado por los náufragos de la expedición de Diogo Álvares Corrêa en 1510, sede del primer obispo católico de Brasil en 1522, y declarado campamento o Villa por Francisco Peireira Coutinho en 1536. Esa capital se dividía en dos partes: la alta sobre la colina con su centro administrativo, religioso y mansiones, y la baja con su puerto, su mercado, sus almacenes y centro financiero. Su poder económico se impulsó gracias a la exportación del azúcar y por su puerto entraron los esclavos traídos de África. Salvador, la ciudad más negra de Brasil, fue capital hasta 1763 cuando Río de Janeiro arrebató el título.

Pelourinho es el corazón del centro histórico y al salir del hotel en esa soberbia calle Largo do Cruzeiro de São Francisco donde reina una cruz monumental en medio y bailan las fachadas coloniales coloridas como un aire de carnaval, mi sentido me llevó a la iglesia y convento de San Francisco. Me quedé atónito al ingresar en el claustro del siglo XVIII con sus muros cubiertos de azulejos azules despampanantes. Cada uno representa una escena llena de personajes, navíos, palacios o paisajes surgidos del pasado, representando la historia de ese arte hecho en Portugal y traído por barco. Mi alma vagaba por esas historias en azul, achispada por la belleza, y una puerta me acarreó a la iglesia. Apesadumbrado, sin palabra, sorprendido, me quedé pasmado frente a ese tesoro barroco cubierto de oro, angelitos, santos, caras del pasado, donde no surgían espacios vacíos, una obra de arte sublime sin descripción posible. Era una magia en oro, colores y azulejos, cada mirada de las estatuas vibraba para estremecerme más, cada angelito me hacía viajar en el misticismo que coronaba un fabuloso cristo.

Salí aturdido, envuelto en los arrumacos del arte, y me sumergía en la lindeza de las calles. La iglesia da Ordem Terceira de São Francisco me impactó con su fachada barroca repleta de santos que fue cubierta de yeso 150 años antes de ser restaurada y con su patio de azulejos azules. Invadido por los colores de las fachadas, llegué a la plaza Terreiro de Jesús, el corazón de Pelourinho, con su fuente donde se reflejan los edificios que la rodean: la catedral con sus altares dorados, su plafón decorado y su fascinante sacristía; las iglesias São Pedro dos Clérigos y São Domingos, la antigua universidad de medicina (edificio del siglo XIX que alberga el interesante museo Afro-Brasileiro). Pasando la Praça da Sé, descubrí Santa Casa da Misericórdia que recibía enfermos, pobres y niños abandonados, hoy museo de arte colonial. En la Praça Municipal el Palacio do Rio Branco, rococó y elegante, mira la Câmara Municipal (siglo XVII) y el elevador Lacerda que lleva a la Cidade Baixa donde se encuentra el Mercado Modelo, el puerto y el fuerte redondo de São Marcelo.

Caminé por los callejones, admirando las fachadas, escuchando la música que salía de las escuelas de baile, descubriendo las tiendas y los cafés, saboreando el ambiente alegre, africano, brasileiro en una atmósfera colonial portugués. El choque de las culturas bailaba en mi cabeza y desemboqué en Largo do Pelourinho donde reina la iglesia azul de Rosário dos Pretos que vigila la fundación Jorge Amado y el museo Da Cidade. Esa iglesia fue creada para los esclavos y cada martes es su fiesta, las calles se animan en la tarde con música, samba, borrachos, las escuelas de música salen con sus tambores, el Candomblé se infiltra por todas las pieles, el ambiente se alumbra con vigor. La calle bogaba sobre la colina, descubrí unos artistas, el vendedor de frutas con su carreta, la iglesia de Sacramento con su larga escalinata, el convento do Carmo convertido en hotel y la iglesia Do Carmo con su fastuoso plafón pintado y su museo de arte sacro. Cada detalle de las fachadas de las casas era una exquisitez, cada color alegraba los callejones, cada encuentro con esos ojos negros de la gente era un placer, una sorpresa delicada.

En coche recorrí el resto de la ciudad, pasamos por el estadio Fonte Nova y el Dique do Tororo con las gigantescas esculturas de los Orixás, algunas en el agua, otras en la orilla, y llegamos a la costa con sus hermosas playas, el santuario de Yemanjá (diosa del mar, uno de los Orixás más importantes) que tiene su gran celebración con ofrendas al mar el 2 de febrero. Me impactó la simplicidad de ese templito, el misticismo que lo rodea, las ofrendas depositadas frente a sus figuras de leyendas. La costa ofrecía unas hermosas playas separadas por Morros (peñones) y alcancé el barrio de La Barra, con el Morro do Cristo y el Farol da Barra, ese antiguo fuerte que vigilaba la entrada de la Bahía de Todos los Santos. Siguiendo la costa de la Bahía, pasé el fuerte Santa María, el barrio de Vitória con sus elegantes mansiones, la Cidade Baixa con sus restos de antiguos soberbios edificios a lo largo del puerto, el gran mercado y finalmente descubrí Bonfim con su imponente basílica del Senhor do Bonfim. Edificada en 1745, esa elegante iglesia alberga el milagroso cristo que tiene muchos devotos que traen peticiones y exvotos que son fotos, pinturas, o miembros de plástico. A la entrada, las rejas están repletas de Fitas, esas pulseritas de la buena suerte que la gente cuelga cuando hace su petición. Dentro de ese misticismo cristiano intenso, encontré el mismo ambiente que en el altar de Yemanjá, me hundía en una fe que desbordaba de ritos africanos. Las largas playas que rodean esa península que tiembla al ritmo de las mareas, se adornan con la iglesia y el fuerte de Monte Serrat, la iglesia de N. Sra. Da Penha y las marinas donde los barcos flotaban sobre un espejo que refleja un cielo donde se asoman los Orixás y Olorum.

Ilha de Boipeba
El ferry me trasladó de Salvador a la isla de Itaparica, cruzando la boca de la Bahía de Todos los Santos, desembarqué en el pueblo de Bom Despacho que surgía como un cuento de Jorge Amado inundado de sol, sudor y humedad. Recorrí la isla para abandonarla por el ponte do Funil que me llevó a tierra firme inmerso en un paisaje de colinas verdes y palmeras productoras de aceite, largas playas adornadas de palmas de coco, cruzando como un fantasma el pueblo de Nazaré donde el tiempo parece tajante y suspendido. Valença, al contrario desbordaba de ruido, movimiento, gentío y atolladero de lanchas en el canal del río Una que sirve de puerto dominado por la iglesia de Nossa Senhora do Amparo (siglo XVIII) sobre la colina que vigila ese inmenso manglar. Las lanchas de transporte colectivo, de carga, o las rápidas, animan ese puerto a 10 kilómetros del mar, con destino al Morro de São Paulo con sus resorts o a otros pueblos. Mi destino era Ilha de Boipeba que alcancé una hora después de un paseo en el manglar, descubriendo el pueblo de Cairú con sus antiguas iglesias y monasterio. Desembarqué en el pequeño muelle a la orilla del río Do Inferno que en ese momento vaciaba la laguna, siguiendo la marea que estaba bajando. Marcos me esperaba con su carreta y seguimos la playa hasta llegar a la Pousada da Sireia, un pequeño paraíso de cuatro coquetas cabañas en un jardín sombreado de selva organizada, donde me esperaba Cristina con su encanto cariñoso para instalarme en esa cabaña con vista al mar. El sol se estaba descolgando del cosmos para acostarse atrás del manglar, devorando el panorama con colores ocres, rojos, violetas que alumbraban las palmeras mientras el agua filaba hacia el mar. Era un momento mágico.

El pueblo derrama sus callejones sobre la colina, no hay coches y disfruté de la excelente cocina de la isla que ofrece un festín de muqueca, camarones, cangrejo o pulpo. Paseamos por las largas playas donde las palmeras bailaban sobre la arena dorada con sus sombras, los pescadores aprovechaban la marea baja para pescar en las pozas que se formaban en la rocas o jalaban sus redes para recibir los tesoros marinos, las mujeres lavaban la ropa en el río, los pájaros animaban la selva y el Martín pescador vigilaba sus presas. Llegamos al pequeño pueblo costero de Moreré donde el tiempo se ha suspendido al ritmo de las mareas, animado por la salida de la escuela y el clamor de las pláticas. La gente volteaba para descubrir el extranjero y nos subimos al autobús, una gran carreta de madera jalada por un tractor para regresar al pueblo de Velha Boipeba. Nos instalamos para comer en la gran plaza dominada por la iglesia construida por los jesuitas en 1610, observando la tranquila actividad del pueblo sin motores y terminamos el día en el mar, disfrutando de la puesta del sol. Cristina me apapachó con una excelente cena, su perro Cacao nos acompañaba, la luna alumbraba la noche y la gente conversaba con nosotros. Fue difícil tomar la lancha al día siguiente, dejar ese pequeño paraíso brasileiro y regresar a la bullente civilización desordenada de Valença.

Cachoeira
Las verdes colinas me vagaban entre naturaleza y los brazos de la Bahía hasta llegar a São Felix con su elegante estación de tren. Pasé por el puente de hierro que fue inaugurado por el emperador Dom Pedro en 1885 y que atraviesa el río Paraguaçu. Cachoeira es un pueblo de arquitectura colonial bien conservada con casas de elegantes fachadas, que debió su riqueza gracias a la caña de azúcar que se sembraba y procesaba en el valle. Al caminar por sus calles sentía la atmósfera de la riqueza pasada esfumada por los avatares de la historia y descubrí su iglesia de Nossa senhora da Ajuda (siglo XVI) y el suntuoso convento Do Carmo con sus azulejos. Aquí el tiempo se ha suspendido y el Candomblé festeja con frenesí sus fiestas afro-cristianas con cantos, danzantes y tambores, en un idioma olvidado derivado de un dialecto africano, especialmente el día de Nossa Senhora da Boa Morte o de Santa Barbara dedicado a la diosa Lansã. Calles de novela, casas antiguas de espectros, aire de Candomblé, iglesias de religión intrigante, Cachoeira es una imagen del pasado que cuenta la llegada de los blancos y sus esclavos.

Santo Amaro
Pasé por el corazón atravesado por un río de ese pueblo donde lucen las mansiones de los barones del azúcar y tabaco, a la sombra de la iglesia da Purificaçao y el convento Los Humildes. Todos se enorgullecen de que aquí nació Gaetano Veloso, poeta y cantante, ídolo de Brasil, y la gente ha olvidado que el futuro no se parece al pasado. La autopista nos llevó directamente a la costa norte y la estrada do Coco, pasando por Arembepe y su Aldeia Hippie que fue famoso en los sesentas por la estancia de Mick Jagger y Janis Jopplin. Las playas se dejan lamer por el océano, protegidas por la barrera de coral, las dunas blancas pelean la campiña con la selva y alcancé Praia do Forte para instalarme en el lujoso Hotel Tívoli en un parque natural donde los monos tití pelean las frutas con los coloridos pájaros, las iguanas recorren el jardín y la gente se relaja en las tumbadoras, viendo el ritmo de las mareas.

Praia do Forte
El hotel era un placer para relajarse, gozar del spa, de la excelente comida, de la playa sombreada por las palmas de coco, de fisionomía cambiante según las mareas. Caminando por la playa alcancé el pueblo con su iglesia blanca junto a la playa y al centro de protección de la tortuga marina, Proyecto Tamar, donde aprendimos sobre las cuatro especies de tortugas de las siete que existen en el mundo, que vienen a desovar en esas playas brasileñas. El pueblo me invitaba a caminar por la calle sombreada donde se alineaban las boutiques y los restaurantes. El mar es la reina y el sol su rey, los cuerpos toman el color dorado, la vida transcurre al ritmo de la brisa que refresca el trópico, sueño de jet set, mundo de armonía.

Siempre llega una hora cuando hay que irse. Seguía mi ruta hacia Iguazú, otro paraíso brasileiro. Salvador me había conquistado para siempre, la costa de bahía y sus pueblos me absorbieron para que los amara, la gente me fascinaba. Esas risas y expresiones que mezclan África y América, esa pisca de Candomblé que me bailan los Orixás, esa comida que canta junto a la samba, todos fueron una intrigante sorpresa que me cambió para siempre. Me sentí renovado, sumergido en una nueva vida que me invitaba a conocer un mundo que solo existe en Salvador. “Salvador é uma festa e cores de tinta. É a alma do Brasil fascinante com taxa de capoeira”.

GUÍA DE SALVADOR

[toggle Title=”CÓMO LLEGAR”]

Tomar un vuelo de México a São Paulo y conectar para Salvador de Bahía.

CÓMO VIAJAR

En Salvador, todo es accesible caminando o en taxi. Para descubrir las playas lo mejor es rentar un coche. Las carreteras son buenas y hay servicios de ferry para cruzar la bahía. Para ir a Boipeba, existe un servicio de lancha rápida desde Valença y dura una hora.

DÓNDE DORMIR

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Villa Bahia
D. Largo do Cruzeiro de São Francisco 16.
[icon name=”e-phone”]+5571 3322 4271
www.lavillabahia.com

Pousada Vila Sereia
Vila de Velha boipeba.
[icon name=”e-phone”]+5575 3653 6045
www.ilhaboipeba.org.br/vilasereia.html

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Hotel Tivoli Ecoresort Praia do Forte,

D. Av. Do farol, Praia do forte.
[icon name=”e-phone”]+5571 3676 4000
www.tivolihotels.com

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[toggle Title=”DÓNDE COMER”]

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Salvador
Villa Bahia
D. Largo do Cruzeiro de São Francisco, n 16/18 Pelourinho.
[icon name=”e-phone”]+5571 3322 4271
www.lavillabahia.com

Bar da Jú -en Pedra furada.
[icon name=”e-phone”]9984 2080 y 8747-468

Aconchego da Zuzú -excelente cocina con música.
D. Rua Quintino Bocayuva, 18 | Garcia, Salvador.
[icon name=”e-phone”]+5571 4010 0240,

Amado -alta gastronomía en la terraza que domina la bahía.
D. Av. Lafayete Coutinho, 660 – Comércio Salvador.
[icon name=”e-phone”]+5571 4001 5160,
www.amadobahia.com.br

Pereira -cocina chic contemporánea y vista sobre el mar.
D. Av. Sete De Setembro 3959 Porto De Barra, Salvador.
[icon name=”e-phone”]+5571 3264 6464
www.pereirarestaurante.com.br
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Churrascaria Boi Preto -brochetas de carne de la ciudad.
D. Av. Otávio Mangabeira, s/n, Jardim Armação Salvador.
[icon name=”e-phone”]+5571 4175 0971
www.churrascariaboipreto.com.br

Glacier Laporte -helados exquisitos.
D. Largo do Cruzeiro de São Francisco, 21 – Centro Salvador
[icon name=”e-phone”]+5571 4002 0280

Cafelier -salón de té en una vieja casa colonial.
D. R. do Carmo, 50 – Comércio Salvador.
[icon name=”e-phone”]40301 380
www.cafelier.com.br

Acarajé da Cira -buñuelos.
D. Largo da Mariquita, s/nº, Rio Vermelho

Borracharia -bar con DJ y cócteles endiablados.
D. Rua Conselheiro Pedro Luís, 101-A
[icon name=”e-phone”]+5571 3334 0091

Caminho de Casa -para los noctámbulos, 24/24, tapas y cócteles en terraza.
D. R Anísio Teixeira 161 tér lj 34 – Itaigara
[icon name=”e-phone”]+5571 3353 7036
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Boipeba

Panela de Barro -la excelente moqueca de Georgina y Raimundo.
Didise -pescado fresco.
Cabana Alto Do Divino -degustar camarones y cangrejo.

QUÉ VISITAR

Balé Folclórico da Bahía.
Catedral basílica do Salvador.
Igreja e convento São Francisco en Salvador.
En la iglesia do Carmo; Cristo milagroso de la iglesia do BomFim.
La tienda de Carlos Murta Bida que ofrece los más bellos balangandans en plata; el escultor Mário Cravo; el pintor Bel Borba; el fotógrafo Pierre Verger.
[email protected]

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*Algunos tips sólo aplican para usuarios Telcel.”]

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