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Cuatro destinos para disfrutar de la naturaleza

Hay lugares en el mundo cuyas postales no les hacen justicia. Es necesario vivirlos y sentirlos para experimentar la extraordinaria naturaleza. Son escenarios capaces de poner la existencia humana en cuestión y de sacudir la mirada y el alma. El desierto de Atacama en Chile ofrece noches despejadas que revelan un cielo nunca antes visto y paisajes que remiten a otros planetas. En Capadocia, Turquía, la geografía natural nos sitúa en formaciones milenarias transportándonos a otros tiempos. La región del Amazonas llena de misticismo a cualquier viajero por la fuerza transformadora de la selva. Por último, la isla de Fogo, al norte de Canadá, destaca por su escenario subártico y el poderío del océano Atlántico.

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Foto: Liliana López Sorzano

Cuatro lugares para disfrutar de paisajes tan idílicos como dramáticos. En estas partes del mundo, la geografía natural es el mayor lujo alcanzable.

ATACAMA, CHILE

La noche en el desierto más ári- do del planeta es un espectáculo. Observarlo desde allí es casi como ver el cielo por primera vez. Se abre un universo extenso, misterioso e inentendible que se sale de nuestras medidas. La persona encargada de las observaciones astronómicas del hotel Alto Atacama nos guía con su luz láser e intenta que entendamos algo de este mundo de oscuridad abismal, donde algunas estrellas ya no existen, pero a la vista humana aún podemos seguir disfrutando de su brillo.

Tendidos en los camastros del observatorio, envueltos en mantas, no podemos más que sentir el estupor ante este espacio del que sabemos tan poco. El desierto de Atacama es uno de los puntos del globo donde mejor se observan las estrellas y los planetas. Por esa razón, el proyecto astronómico más grande del mundo, ALMA (Atacama Large Military Array), donde confluyen investigadores de varios Estados de la comunidad científica mundial, lo ubicaron en esta parte de Chile.

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Foto: Liliana López Sorzano

Los viajeros se suelen hospedar cerca del pueblito San Pedro de Atacama, desde donde se puede explorar la región. La mayoría de hoteles ofrecen distintas excursiones para descubrir este desierto que es único en su especie por su antigüedad, su altitud (2,400 msnm) y su aridez. El Alto Atacama, un lodge y spa de lujo que se mimetiza con la naturaleza circundante, se encuentra en un oasis y en medio de la cordillera de la Sal. Sus guías expertos nos llevan a la primera excursión por el valle de Marte. Caminamos por extrañas formaciones rocosas y el horizonte se despliega con volcanes, valles y montañas. Para los más aventureros, se puede hacer sandboarding para bajar por las dunas. Los que prefieran un acto más contemplativo, es preferible bajar de pies descalzos para sentir la arena y conec- tarse con este lugar.

Al otro día, el infaltable valle de la Luna, una formación geológica cuyo nombre le hace homenaje a la geografía lunar, nos regala una vista icónica e impactante. Este es un paisaje dinámico, pues el viento y la arena se comportan como talladores de esculturas. Al caminar por estos parajes de ocres, naranjas y blancos se puede oír el crujir en la tierra, son las microfacturas que despiertan por el sol y el calor.

Otra de las paradas obligadas es el salar de Atacama, más exactamente en la laguna Chaxa, donde está la Reserva Nacional de los Flamencos. Explicar en palabras el dramatismo de un atardecer en esta área es complicado, pero sin duda, muchos estarán de acuerdo en que es uno de los más entrañables. De nuevo, la tierra nos regala imágenes estupendas, esta vez con flamencos, reflejos en el agua y montañas que custodian toda esta belleza.

CAPADOCIA, TURQUÍA

Hay escenarios singulares, únicos e irrepetibles como los que ofrece Capadocia. Su arquitectura hecha de roca la hizo merecedora de ser nombrada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco.

Su historia se remonta a 25 millones de años atrás, cuando las fuerzas internas de la tierra produjeron grietas de las cuales salía magma, creando este extraño paisaje típico de la región. Estas formaciones rocosas de variadas y sinuosas formas atrapan la atención del más incauto viajero. Son tan peculiares que parecen literalmente de otro mundo. Para disfrutarlo a plenitud, no hay que escatimar y no duden en escoger Argos como su hotel para recorrer esta zona.

Situado en Uchisar, la propiedad comparte las calles y la estética de este encantador pueblito que mira hacia la extraordinaria vista del valle de los Pichones y del Monte Erciyes, la montaña más alta del centro de Anatolia. Algunas de sus habitaciones son cue- vas, cuyas paredes milenarias están hechas de toba volcánica.

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A tan solo 15 minutos caminando, se alcanza la cima del castillo de Uchisar, desde donde se empiezan a detallar las montañas que parecen olas y las llamadas “hadas de chimeneas”, construcciones puntiagudas con varias ventanas en su estructura que resultan fascinantes. Cuando las personas empezaron a asentarse en la zona, era fácil trabajar la toba volcánica y estos conos huecos servían para crear casas versátiles y prácticas.

Un imperdible es el Museo al Aire Libre de Goreme, así como el valle de los Monjes o Pasabag, cuyas inmensas columnas rocosas se levantan como si fueran un hongo extraño o figuras fálicas. Otra joya es el valle Rosa, un festival de colores en los que destacan el amarillo, el rosa, el gris, el blanco o el negro, dependiendo de la roca.

Recorrer estos paisajes inusuales desde las alturas es una experiencia que todos quieren y deben hacer. Cada hotel trabaja con su compañía de globos aerostáticos de confianza, quienes se encargarán de hacer la reserva, ya sea para el amanecer o el atardecer. De igual forma, verlos levantándose desde abajo para quienes no tuvieron suerte con el viento (los globos requieren ciertas condiciones climáticas) es otro gran espectáculo. Capadocia es de esos lugares que aunque suene a cajón común, hay que ver antes de morir.

RESERVA NACIONAL TAMBOPATA, PERÚ

La selva amazónica es envolvente. Todo aquí se vive en mayúsculas y en superlativos. La talla de la medida de las cosas es extra grande: la humedad, los árboles, la vegetación, las hormigas, la belleza, entre otros. El viajero que se enfrenta por primera vez a la región de la Amazonia experimenta todo con sorpresa, desde los sonidos, el olor, el movimiento de los animales hasta el sabor de los frutos. En efecto, hay algo de ciencia ficción porque es casi como estar en la dimensión desconocida. Estamos en la Reserva Nacional Tambopata, al lado del río Madre de Dios, en Perú, uno de los últimos bosques lluviosos vírgenes de fácil acceso en el mundo.

Para llegar hasta aquí, hay que aterrizar en Puerto Maldonado, conocido como “la ciudad de la biodiversidad” y de ahí tomar una lancha por 40 minutos. Virgilio Martínez, el celebrado chef limeño por su restaurante Central, ha llevado a un grupo de cocineros, periodistas y científicos a vivir en este lado del mundo, donde piensa abrir próximamente un restaurante para explorar la despensa amazónica.

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Foto: Cortesía de Inkaterra

Inkaterra, la exclusiva cadena peruana de hoteles boutique ecológicos, tiene tres propiedades privilegiadas en esta zona, punto de partida idóneo para explorar la selva tropical. Ofrecen excursiones con distintos grados de dificultad para todas las edades y gustos. Empezamos por conocer un biohuerto de insumos locales, cultivado con técnicas ancestrales. Productos tan exóticos como la sacha papa morada, la uvilla, la cocona, la yarina o la walusa son ingredientes con los que se cocina en esta área.

Otra de las caminatas esenciales es la del lago Sandoval. Son casi dos horas de descubrimientos, de pasar por árboles milenarios a gozar la fauna y flora del camino, como sus fascinantes insectos, entre ellos, unos ciempiés negros que se amontonan unos sobre otros y se mueven en perfecta coordinación. Lo hacen para emular un animal más grande y así sobrevivir a otros depredadores.

Al final del esfuerzo, llegamos a un inmenso espejo de agua enmarcado por palmeras altísimas llamadas aguajes. Este es un santuario de la biodiversidad, donde hay aves, nutrias y monos. La riqueza vegetal de esta región es inagotable e invita a la contemplación, a entender el mundo desde otra perspectiva.

FOGO ISLAND, CANADÁ

Enfrentarse a un glaciar genera una sensación como si se presenciara una actividad paranormal. Estas esculturas en hielo de un azul celeste eléctrico que flotan en el mar desprenden un viento frío al pasar. La escala humana se pone a prueba ante este horizonte poderoso del Atlántico, y el paisaje subártico de la isla es de los que hace contener el aliento. Aquí, en esta remota esquina del mundo, los glaciares se presen- cian desde finales de mayo y durante el mes de junio.

La pequeña isla de Fogo, situada al norte de Newfoundland, la gran isla de Canadá, es el punto más oriental del continente americano, incluso el sol se levanta antes de este lado del planeta. Hace seis años, con la creación del hotel Fogo Island Inn, los viajeros volvieron a poner en el mapa este lugar de costas escarpadas.

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Destaca la arquitectura contemporánea de Todd Saunders que se encuentra en varios puntos de la isla con los estudios de artistas y el hotel. Sus estructuras son desconcertan- tes por ese halo de modernidad incrustado en un paisaje salvaje, pero que al mirarlas de cerca evocan la tradición constructiva de la isla con sus casas pesqueras sobre troncos de madera. Caminatas, pesca, recolección de frutos, gastronomía e inmersión en la cultura de la comunidad son tan solo algunas de las actividades que se hacen en este lejano paraje. Este destino está lleno de misticismo gracias a un paisa- je que nos conecta a otro nivel con la naturaleza.

Texto por: Liliana López Sorzano