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Máquinas amadas

Los coleccionistas, esas personas que gustan de estar rodeados de objetos que son especiales para ellos y de investigar hasta el último detalle hojeando viejos libros, y casi cualquier material impreso, acerca de su pasión, son capaces de enfrascarse en las más intensas pláticas acerca de un hecho o un objeto oscuro y casi desconocido para la mayoría.

La época actual es de bonanza para el coleccionismo; literalmente, cualquier cosa es o puede ser coleccionable y el acceso a internet permite buscar y encontrar personas afines, objetos o información hasta en los últimos y más oscuros rincones, aunque también ha permitido una avalancha de información de la que se necesita una selección cuidadosa para encontrar lo más valioso y útil de acuerdo con nuestra

pasión en particular. En cuanto a automóviles, desde la aparición del primer carruaje de motor, el Benz Patent Motorwagen en el año 1886, la variedad existente es vasta, de modo que las posibilidades y opciones para enamorarse de algún modelo en específico son verdaderamente incontables.

Pero ¿dónde comienza esta pasión? ¿En qué momento germina la semilla que nos lleva a admirar una máquina creada para trasladar personas y objetos de un lado a otro? Podría haberse preguntado lo mismo acerca de los caballos cuando eran la base de la movilidad, aún así, los jinetes llegaban a generar afecto por sus caballos compañeros de trabajo. Tal como el automóvil llegó a relevar al caballo de esa pesada carga, también se convirtió en una especie de compañero de labor, que estaba ahí en las buenas y en las malas. La necesidad de aprender lo esencial acerca de cómo funcionaban los motores de combustión interna obligó a muchas personas a comprender la naturaleza de la nueva bestia; ese conocimiento no siempre era esencial para quienes debían utilizar un vehículo de motor, pero al igual que con la relación con los caballos, ayudaba a que todo fluyera un poco mejor en el día a día.

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Porsche 718/RS 60 Spyder 1960.

Con el tiempo, el estilo y expresión personal encontraron su lugar en los diseños de los automóviles; además, los fabricantes tenían que encontrar una forma rápida y eficaz de diferenciarse de entre los cientos de fabricantes de autos que surgieron en esos primeros años. El automóvil era una novedad para la aristocracia, cierto, pero Henry Ford, con su Model T, puso la movilidad motorizada al alcance de las masas y su simpleza le ganó también no pocos entusiastas; en la parte alta del espectro, era casi imposible resistirse a aquellas estilizadas carrocerías firmadas por Delahaye, Saoutchik, Vanden Plas, Bugatti, Hispano-Suiza, Isotta-Fraschini o las ahora famosas Rolls-Royce, Bentley y Mercedes-Benz. La expresión artística hizo del automóvil una auténtica escultura rodante, si bien esos autos de ensueño sólo estaban al alcance del 1 % de la población mundial. Ese sentido del gusto fue permeando hacia los vehículos de todos los días, al alcance de más gente. El desarrollo de la ingeniería también alcanzó un nivel muy alto en esta época y hasta finales de los años treinta.

La Segunda Guerra Mundial provocó un descenso drástico en la fabricación de automóviles, ya que todo el esfuerzo ingenieril se dirigió al desarrollo de aviones y demás armas, pero, una vez finalizada, la explosión técnica y el diseño aeronáutico colmaron los salones de exhibición de las marcas más importantes en este lado el Atlántico. La devastación de la guerra obligó a que los fabricantes de vehículos que sobrevivieron a la inevitable crisis tomaran caminos muy distintos, pues se trataba de hacer más con menos, tomar lo que quedaba y hacer algo bueno con ello. Y vaya que hicieron mucho con muy poco; simplemente, de ahí salieron los grandes pequeños autos que movilizaron al mundo: el Fiat 500, el Volkswagen, el Renault 4CV, el Citroën 2CV, el Mini e incluso el Trabant que puso en movimiento Alemania Oriental (otro invento de la posguerra). Los años cincuenta fueron de excesos en Norteamérica y de recato en Europa; los sesenta fueron muy agitados para todo el mundo, con diseños icónicos y el nacimiento de no pocas leyendas, como el Porsche 911 y su dominio de las pistas como base de una dinastía de autos de competencia que transformaron el deporte motor.

Debido a estos acontecimientos mundiales, la variedad de técnicas, épocas, diseños y construcción de los automóviles es imposiblemente rica, y de ahí surge una tendencia curiosa: tendemos a coleccionar aquellos objetos relacionados con las épocas más felices de cada amante de los automóviles.

Muchas veces es difícil explicar los orígenes de esa pasión. El coleccionista Enrique Castro nos compartió su experiencia al respecto: “Yo crecí viendo estos Renault por todas partes, mi familia no tenía uno, pero indudablemente era el coche a tener; lo curioso es que en los años setenta no era tan marcado quién podría tener uno así, porque tanto la tía que trabajaba como secretaria ejecutiva, como algún vendedor de seguros o el entusiasta del manejo deportivo se inclinaban por el Renault 8, el cual se podía ver hasta en las pistas compitiendo en la llamada categoría Pony, de modo que de ser un coche simple, atractivo y funcional, además de relativamente accesible, era la alternativa rectilínea al ubicuo y redondeado “vocho”, con el que —por cierto— competía en la pista de la Magdalena Mixhuca”. En cuanto Enrique pudo, buscó y restauró con estándares de concurso un Renault 8S de 1973, el coche de su niñez.

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Los concursos. Es algo muy especial recorrer los grandes eventos de exhibición y concurso de elegancia, que nacieran en el siglo xvii para que los aristócratas lucieran sus más elegantes carruajes, hechos a su medida, por supuesto; el primer concurso para automóviles de nuestra era data de 1929 y aún se lleva a cabo: el Villa d’Este en Cernobbio, en el lago Como, en Italia. Como los automóviles más costosos y elegantes eran carrozados a pedido y capricho de sus propietarios, y hechos a mano, la necesidad de lucirlos y concursar para encontrar el más hermoso o artístico era imperiosa.

En ese espíritu, uno de los más prestigiados es el que se realiza anualmente en el no menos famoso campo de golf de Pebble Beach en Carmel, California; mientras que en México está el Concurso Internacional de Elegancia que se realiza cada año en el restaurante Las Caballerizas, en Huixquilucan. Estos eventos nos permiten descubrir y admirar la organización de cada pabellón por marca y época; en nuestro país, cada marca la organiza un club dedicado a la conservación, y hasta podría decirse que al culto, de la particular idiosincrasia, historia y creaciones de cada fabricante.

Para alguien no familiarizado con ese mundo, los clubes monomarca son una especie de secta, con sus muy específicos código y lenguaje, así como su devoción a una sola marca o tipo de autos; por sus grandes conocimientos, en algunos casos tienden a parecer algo impetuosos, sin embargo, una vez dentro del círculo, es fácil darse cuenta de que en la mayoría de los casos son gente afable, con una gran cantidad de conocimientos y experiencias por compartir, o cuando menos una excelente plática y mucho que aprenderles.

Los caminos para llegar a esos niveles de inmersión son muy variados; primero están los expertos, generalmente los más maduros, que ya han tenido autos clásicos de otras marcas y se dan a notar por sus grandes conocimientos en muchos temas adicionales, y que tras probar tal o cual fabricante, han llegado a la conclusión de que esa marca en particular es la que más les satisface; las historias de cómo llegaron a ella suelen ser muy interesantes.

Pocas cosas se equiparan a exhibir nuestro auto clásico, ya sea en un evento organizado o un sencillo recorrido corto para comprar un helado, para que atraiga miradas, comentarios, admiración; que quien pase lo observe a detalle, tome fotos y hasta una selfie con él. De repente surgen las historias personales: “Mi abuelo tenía uno igual…”, “Mi papá me enseñó a manejar en uno como éste, sólo que azul…” y entre esas historias, repentinamente, surgen buenas conversaciones.

Máquinas amadas - coleccionismo-de-autos-2 Bugatti Type 35 1928 en el concurso de elegancia de Pebble Beach, en Carmel, California, Estados Unidos .

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Arte en movimiento. Esto va por aquellos automóviles que, cual objetos de arte, son tratados con el máximo cuidado; deben ser conducidos porque si no, se diluye su razón de existir, pero son tratados como las antigüedades que son. El automóvil es dinamismo, movimiento, velocidad, más aún si se trata de un auto de competencia; sus ensambles fueron hechos deprisa y con remaches, con una mínima capa de pintura para no agregar peso a su ya de por sí liviana carrocería de aluminio formada a mano o incluso de fibra de vidrio; la unión entre paneles no es precisamente perfecta, pero no importa, su perfección radica en la pureza de su función: ser veloz y confiable, nada más importa en un auto de carreras y ninguna firma tiene una trayectoria similar a Porsche.

La cantidad de victorias acumuladas por estos automóviles hechos en Stuttgart es casi imposible de dimensionar, las victorias de los Porsche 911, por ejemplo, suman varios miles desde su aparición como modelo en 1964, al igual que los triunfos absolutos en la carrera reina del automovilismo de resistencia, las 24 Horas de Le Mans, competencia que Porsche ha dominado en 19 ocasiones, más que ningún otro fabricante de autos desde 1923.

En seis ocasiones se ha llevado a cabo el evento Porsche Rennsport Reunion, que esencialmente es una gran concentración de autos Porsche de competencia de todas las épocas. Autos hechos con la única finalidad de ganar, no de ser coleccionables o perdurar en el futuro; sin embargo, su legendaria trayectoria les ha dado el estatus de piezas de museo, pero su conservación y mantenimiento es complejo y delicado, muchos de ellos son prototipos y si se requieren partes, hay que hacerlas desde cero si es que no aparecen en algún recóndito rincón de la fábrica de Stuttgart. El mérito que tiene llevar a cabo un evento como el Rennsport Reunión, que congrega a automóviles de colección provenientes de muchos lugares del mundo, no es algo trivial y el compromiso y valor de los propietarios y coleccionistas, que no dudan en ponerlos sobre la pista para ser conducidos muy por encima de los 200 kilómetros por hora, demuestran que la velocidad es una moneda que no se devalúa.

Máquinas amadas - coleccionismo-de-autos-6 Porsche 917K 1970 compitió en las 24 Horas de Le Mans, equipo Gulf. Tomada en la pista Daytona Motor Speedway, Daytona, Florida, Estados Unidos.

La fragilidad de los autos de competencia no es impedimento para que sean llevados a altas velocidades por los mismos pilotos que alguna vez conquistaron el triunfo con ellos, ahora ya bien entrados en canas y que por supuesto lucen mucho más viejos que sus antiguas monturas; eso es lo que hace único al Rennsport Reunion. La cercanía de los pilotos, con los autos y el ambiente de camaradería que reina en todo el evento son elementos únicos. El más reciente evento reunió a más de 2 500 Porsche legendarios con motivo del 70 aniversario de la firma fundada originalmente en Gmünd, Austria, y posteriormente establecida en Stuttgart, Alemania.

Ejemplares de importantes colecciones privadas y del mismo Museo de Porsche salen a la luz y compiten no como piezas de museo, sino como lo que son: autos de carrera, y quienes los conducen —que no siempre son los propietarios— los manejan sí, con respeto, pero con muy pocas restricciones y ésas son las cosas que nos hacen sonreír; mirar hacia la pista es como hacerlo a través de una ventana en el tiempo: los sonidos, olores y colores que invaden los sentidos son de otra era, una mejor posiblemente; como dicen los viejos pilotos: “Una época en la que el sexo era seguro y las carreras peligrosas”.

Para los socios de los clubes de autos Porsche de todo el mundo, el Rennsport Reunion es como una peregrinación, los estacionamientos son un autoshow por derecho propio y dejan en claro que los automóviles podrán ser máquinas, pero no frías, máquinas con alma, llenas de ilusiones y sensaciones listas para abrumarnos en todo momento y llenarnos de nostalgia y de nuevos recuerdos, el resultado de buscar nada más que la perfección y el máximo desempeño. Porsche es una metáfora de la excelencia, un recordatorio de lo que se puede conseguir con un enfoque claro y absoluto en una meta; y así como Porsche, cada fabricante tiene sus particularidades y filosofía, detalles técnicos únicos y un lenguaje que podemos aprender pero que en ocasiones forma parte de nosotros y nos hace entender por qué hay personas que tienen sentimientos por los autos.